Asesinato en el Geriátrico


Asesinato en el geriátrico




Siempre que había luna llena se desvelaba. Le ocurría desde entonces. Por aquel tiempo pasó meses en vigilia; adelgazó hasta extremos preocupantes. Su familia quiso sacarla durante un tiempo del pueblo, pero ella se negó. “Yo no hice nada malo. Son los demás los que obraron mal. El que organizó la burla y todos los otros que le apoyaron y le celebraron la gracia”.
   Salió a la calle como si no hubiera pasado nada. La mayoría de la gente se reía por detrás de los visillos, los más atrevidos o los más sinvergüenzas, lo hacían en su propia cara. No quiso que nadie de su familia la acompañara, ni tampoco que se pelearan con ninguno por defenderla. “Mutis, como si la cosa no fuera con nosotros”. Así siguió hasta que ya la gente se cansó del tema o sucedió otra cosa que les distrajo del asunto.
   Entonces se fue.
   Regresó cuando murió su padre. El pueblo hacía grupo frente a la casa para presentar sus condolencias. No se abrió la puerta. El entierro fue sólo para la familia, no se permitió la asistencia de nadie. Solas ella y su madre con su hermano discapacitado.
   Luego, los tres se marcharon y ninguno retornó jamás. Lejos de allí, vivieron felices el tiempo que estuvieron juntos.
   Una tarde, después de algunos años, su antiguo amor, el que la dejó plantada, vino a verla con su esposa y le contó la verdad entre sollozos; verdad que ella ya conocía de sobra.  Se había dejado comprar porque necesitaba el dinero, pero el remordimiento no le dejaba ser feliz. Le pidió  perdón casi de rodillas y ella le perdonó. Había sido débil, nada más. El que urdió la trama por despecho. Ese era el imperdonable.

   Habían transcurrido muchos años desde aquello. Luchó duro y se abrió camino en la vida. Le había ido bien. Comenzó a trabajar en una residencia de la tercera edad como administradora; fue ascendiendo hasta llegar a directora. Era emprendedora y tenía mucho talento natural para los negocios. Con el dinero de la venta del patrimonio que había quedado en el pueblo, compró el centro e hizo reformas. Lo transformó en el mejor geriátrico de la provincia. Aunque ella no pensaba jubilarse nunca, el centro era su vida, una caída por las escaleras con rotura de cadera le hizo replantearse el futuro. Hacía un tiempo que tenía designada una especie de subdirectora a la que formó para dirigir el negocio. Había llegado el momento. Ella continuaría viviendo allí y seguiría controlando en segundo plano. Todo había salido bien por lo menos hasta ahora.
   Debería estar contenta.
   Pero allí estaba mirando la luna llena como la noche de aquel día en el cual, el hombre de sus sueños, aquel con el que planeaba envejecer, no se presento en la iglesia para casarse y la dejó plantada ante el altar, delante de todo un pueblo.
   Por una apuesta. Todo había sido una burla de casino. El señorito del pueblo, un crápula con muy mala fama se encaprichó de ella. Ante su negativa y el rechazo frontal de la familia ideó una venganza. Compró a un infeliz que necesitaba el dinero, le hicieron pasar por un hombre cabal y formal y llegaron hasta el final. Hasta el día de la boda.
   El señorito y sus amigos se divirtieron  y la mayoría del pueblo también.
El mundo entero lo había olvidado, pero ella no. Ella jamás lo olvidó. ¿Cómo olvidar algo así?


—Han aparecido en mi cuarto. Os juro que yo no he sido. Alguien las robó y las puso allí.
   —Yo las he reconocido. Son las joyas de Isabel. Pero se que ella las guarda en una caja fuerte en su cuarto. No nos explicamos que ha podido ocurrir.
   —Que yo sepa Isabel aun no se ha quejado. Así que es posible que no se haya dado cuenta. Está enferma. Pasará unos días en cama. Hablaré con ella. No os preocupéis más.
   —De todos modos hay un ladrón en la Residencia que quiere implicarme…no me explico porqué.
   —Lo que hay es un hombre  de muy mala ralea. Un viejo conocido tuyo y mío. Creo que él tiene bastante que ver. Y creo saber también quien es su socio en esto. Estar ociosa por aquí tiene sus ventajas. Una observa todo y puede sacar conclusiones. Voy a hacer averiguaciones y os tendré al corriente.

   Cuando Jacinto y Luisa se fueron, la vieja directora llamó al jefe de camareros.
   —¿Donde está Julián?
   —Ya se ha ido, señora.
   —Cuando llegue mañana que pase por mi despacho.
   —Descuide.
   A la mañana siguiente el joven estaba  sentado en el despacho de “la vieja”. No se imaginaba para que.
   —Era imposible que sospechara nada.

   La anciana no sospechaba; tenía la certeza. Abordó el asunto sin más.
   —¿Quien te ordenó robar las joyas de doña Isabel?
   —¿Cómo dice?
   —Lo que has oído. No te hagas el listo conmigo.
   —No sé  a que se refiere señora y no le consiento…
   —Uy, uy ,uy. —La directora apoyó los antebrazos sobre el escritorio— Verás. Has hecho tratos con don Felipe Iglesias. Lo se porque él va por ahí jactándose de que te tiene pillado y no piensa pagarte lo que acordasteis. Se que te ordenó robar las joyas y dejarlas entre las cosas de don Jacinto Escobar. Me gustaría que tú me contaras el porqué, antes de avisar a la policía. Si colaboras conmigo podríamos llegar a un acuerdo.
   El camarero dudo un momento.
   —Usted no tiene ninguna prueba contra mi.
   —Te he visto hablando con Felipe en varias ocasiones. Si fueras una camarera no sospecharía nada, pero Felipe con otro hombre y además joven e incauto como tú, sólo puede hacer una cosa: comprarle para que le haga el trabajo sucio.
   Julián iba a interrumpir, pero la directora le hizo un gesto de stop con la mano.
   —Nadie nos creemos, incluyendo a doña Isabel,  que Jacinto haya robado. ¿Con que objeto?. Es muy burda la acusación; por tanto, avisaremos a la policía que no tardará en hallar al culpable del hurto y del montaje. Si tú me lo cuentas, sorprenderemos a Felipe, podré expulsarle, obviaré lo tuyo y todos saldremos ganando.
   —¿Y mi empleo?
   —Seguirás trabajando aquí. Es el trato.
   Hubo un largo silencio. Julián sopesó la información. La vieja lo sabía, por lo cual podría ser cierto que don Felipe se había ido de la lengua y planeaba no pagarle lo acordado. El cargaría con la culpa, y si ella lo denunciaba podía ir a la cárcel, porque tenía antecedentes. Le estaba bien empleado por fiarse de señoritos aunque fueran setentones.
   —¿Si le digo la verdad no avisará a la policía?
   —A la Residencia no le conviene esa publicidad.
   —Verá, don Felipe quería dar un escarmiento a don Jacinto y a doña Isabel.
   La directora se sorprendió de lo fácil que resultaba hacer hablar a la gente.
   —¿Te dijo por qué?
   —Porque doña Isabel le dio calabazas y don Jacinto se negó a hacerle un favor.
   —¿Que favor?
   —Quería que conquistase a la señora y que luego la dejara plantada o algo así. Me pareció infantil.
   A la directora, sin embargo, le resulto familiar y despreciable.
   —Me propuso lo de las joyas…
   —¿Cuánto dinero te ofreció?
   —Lo suficiente para comprarme una moto.
   —Tanto dinero por un robo de nada…
   El camarero, dudó un momento, pero decidió continuar. Comenzó a morderse las uñas.
   —Tenía que hacer algo más.
   —Te escucho.
   —Me propuso que violara a doña Isabel.
   La directora palideció. Sabía que Felipe era un canalla, pero no se imaginaba tanto.
   —No acepté —se apresuró a decir el joven— no me mola violar y menos ancianas. Yo soy un ladrón, nada más.
   —¿Entonces…?
   —Quedamos en que le daría un buen susto. La abordaría en el garaje cuando se dispusiera a subir a su automóvil y le propinaría unos golpes y le rompería la ropa. Sólo eso.
   —¿Sólo eso?
   —Si señora, sólo eso. Es que yo necesito el dinero. ¿Sabe? Quiero cosas. Ustedes que lo tienen todo desconocen lo que es esto —casi se echó a llorar. Era un pobre imbécil.
   —Muy bien, hemos terminado. Puedes irte.
   —Me ha prometido no avisar a la policía…
   —Cumpliré mi promesa.
   Cuando el joven se fue, la directora sacó la grabadora del cajón y escuchó la conversación. Esta vez Felipe no se había salido con la suya. Esta vez no.
   —Mañana hablaré con él y le pondré de patitas en la calle. Lo cierto es que se merece que le corten el cuello. Por hijo de puta. Bueno algún día lo mismo le ocurre…Quizá encuentre la horma de su zapato de una vez por todas.

   Julián bajo por las escaleras jurándose no volver a hacer tratos con nadie mas en la Residencia. Estaba muy encendido. Mucho.
   —Cuando pille a don Felipe se va a acordar. De mi no se ríe ningún señorito. Además he hecho medio trabajo. O sea que me va a pagar, por lo menos la mitad. Además si lo echan no le volveré a ver el pelo. Tengo que actuar, tiene que ser hoy.
   —Se va a cagar —dijo en voz alta.



   Doña Rosa se levantó a orinar de nuevo. Eran las cinco de la madrugada. Cada vez que cenaba crema de calabaza le sucedía lo mismo: se pasaba la noche visitando al señor roca, siempre yacente, blanco y ávido como un vampiro. Procurando no hacer ruido, parecía una amante furtiva. Estaba sorprendida del poder diurético de la dichosa crema.
   —Preferiría no cenar, porque luego no duermo. Claro que si no ceno, no duermo tampoco. Que difícil es hacerse mayor y más cuando uno no está en su casa.
   En la otra cama, su compi de cuarto y amiga de toda una vida, doña Ofelia, roncaba como una bendita.  Doña Rosa la observó un momento.
   —Claro, como lleva pañal, no tiene este problema.
   Cuando se disponía a acostarse de nuevo, escuchó el ras-ras de un andador deslizándose por el pasillo.
   —¡Felipe! ¡Será conquistador! Seguro que va a la enfermería a ver a Isabel. Lo de la bronquitis ha sido una excusa para estar sola. No como nosotras. Además Felipe, aunque cojee, esta fenomenal de la próstata, sin embargo los admiradores que me surgen a mi, están prostáticos perdidos. ¡Que se le va a hacer! Paciencia, aunque estoy segura que moriré sin volver a catarlo. De todos modos ¡vaya unas horas para ir de visita!
   Se acercó a la puerta y la entreabrió  procurando no hacer ruido. Pero, tropezó y se dio con la cabeza contra el marco. Sonó un “pom” acrecentado por el silencio reinante a aquellas horas.
—Coño, que hostia me he dado —dijo aprovechando que Ofelia no podía oírla— y encima no he podido ver nada.
   La persona del taca-taca, se paró en seco sobresaltada. Miró hacia atrás. El pasillo estaba vacío y a oscuras. Gracias a la  luz de la calle que se abría paso a  través del ventanal, pudo observar un rastro en el suelo.
   —¡Mierda!— se dijo para sí— la sangre…
    Entonces levantó el andador y salió a toda prisa con él  en volandas.

   Doña Rosa tardó en volver a dormirse. Tal vez por eso, no escuchó el trajín que se formo por la mañana temprano en el pasillo. Al entrar la enfermera, se enteraron de la noticia.
   —¡Venga arriba, arriba! O no les cuento lo que pasó esta noche.
   —Han pillado a alguien con alguien.
   —No que va. Han encontrado muerto a don Felipe. Con un corte en la yugular —dijo bajando la voz.
   —¿Estaba con Isabel?
   —Que cosas dice doña Rosa. Estaba en su cama. Según la policía murió sobre las cinco de la mañana. El asesino le tapó la cara con una almohada.
   —Que considerado —opinó doña Rosa, recordando que a esa hora, mas o menos, había escuchado un andador por el pasillo—. Así que no era Felipe— pensó, sin hacer mención, por si acaso, no fuera a complicarse la vida.
   —¿Ya se sabe quien ha sido?
   —Aún no. Está el comedor muy animado, dense prisa —apremiaba la mujer tratando, además, de aparentar normalidad, mientras destapaba a doña Ofelia.
   —Ofelia ¿Por qué se ha quitado el pañal?, ha orinado la cama.
   —No me he orinado.
   —¿Entonces esto qué es?
   —Que me ha venido la regla.



 Continuará...




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