La reina hilandera


X





Adosinda no sabía cómo abordar a Silo y hablarle de sus planes. Casi hubiera preferido decírselo a su tío y que este hablara con él y le pusiera la corriente y le hiciera notar la conveniencia de aceptar. Pero el abad había sido muy claro: “Habla primero con tu primo”, y eso debía hacer.
   Una mañana que su tio Fruela se levantó pronto de la mesa, puesto que su galeno venía a hacerle una visita para vigilar una tos preocupante para todos menos para el enfermo, que consideraba la visita una molestia innecesaria,
  Adosinda  tuvo la posibilidad de hablar un rato a solas con Silo, sin tener que concertar cita, lo cual le parecía demasiado solemne.
   —¿Yo te gusto? —Le espetó así por las buenas.
   Silo se azoró, según su costumbre, miró a su prima y tartamudeó al responder.
   —Natu-tu-raal-mente. Tu guuus-tas a todo-do el mundo.
   —Solo quiero saber si te gusto a ti.
   —¿A qué viene esto?—preguntó a su vez recuperando el aplomo.
   —Viene a lo que viene. Responde a mi pregunta sin evasivas. Es muy importante.
   —Sí.
   —Si ¿Qué?
   —Que si…me gustas. Siempre me has gustado, desde niños.
   —No te disgustaría casarte conmigo…
   —¿El qué?
   —Lo que has oído. Casarnos tú y yo. Las Asturias necesitan un rey como Dios manda. Un rey que no tenga las manos manchadas con la sangre del anterior, un rey civilizado y culto y no un gañan montaraz como Aurelio, ni un bastardo resentido como Mauregato. El reino te necesita a ti y yo, la hija de Alfonso I, también y los hijos de mi hermano lo mismo. Tienes que ser el próximo rey, debes serlo, y eso será más fácil casado conmigo, si no te desagrado.
   —Tú no, pero la idea de ser rey…esa idea…no la contemplo. No sabría.
   —Tonterías. Nadie sabe, pero todo el mundo puede aprender si quiere. Tú eres inteligente. Serias un buen rey, tranquilo, amigo del califa. Sabrías junto con Abderramán mantener a raya a Carlomagno. Seguro que contigo el reino viviría en paz, que tanta falta nos hace, y comenzaría a prosperar de nuevo, tras años de problemas y revueltas.
   —Tu hermano no fue ajeno a esos problemas; tomó decisiones cuanto menos, discutibles.
   —Lo sé. Sé que tú no seguirías ese camino. Tú podrías restaurar la confianza perdida en la corona. Devolver al pueblo la fe en su rey, controlar al clero, hallando un fiel entre las disposiciones de mi hermano y sus necesidades y deseos. Beato te ayudaría en esto. ¿Qué me dices? ¿No te tienta la idea?



   —Sí y no. Casarme contigo me agradaría mucho, colmaría mis sueños…pero la corona…
   —No tengas temor. Sabrás gobernar perfectamente, además podrás contar con todo el asesoramiento que precises.
   —Supongo que cuando me lo propones, es que has hablado con Argerico y sabes con que apoyo contaríamos y tienes claras las probabilidades. ¿No es así?
   —¿Ves como eres listo? A la muerte de Aurelio, tú serías el nuevo rey. Alfonso sería gobernador de palacio  y el siguiente en la elección. Y todo en orden.
   Silo mantuvo un silencio prudente y reflexivo.
   — ¿Tú me quieres Adosinda?
   —Naturalmente.
   —No como parientes, sino como hombre, me refiero.
   —Pues claro. Te quiero de ambas maneras.
   —¿Has hablado con mi padre, respecto a esto?
   —No. He preferido hacerlo antes contigo. Es lo lógico. Al fin y al cabo esto es entre tú y yo.
   —No estoy tan seguro.
   —¿De que no estás seguro?
   —De que sea un asunto entre tú y yo. Pienso que es un asunto de estado, de conveniencia, pensando en el futuro de Alfonso, sobre todo.
   —Eso también. Por todo ello, será una boda conveniente para todos. No puede salir mal. Se lo diremos juntos a tu padre y luego hablaremos de los plazos.
   —¿Sisinio de Nepi lo sabe?
   Adosinda se sorprendió.
   —Sí, lo sabe. Estaba presente cuando hablamos el abad y yo.
   —¿No podías tratarlo con el abad sin testigos?
   —Estábamos en la mesa. La conversación surgió. Aunque no estuviera presente, se hubiera enterado igual.
   —De eso estoy seguro. Veremos de qué lado se pone.
   —De ninguno. Él ni pincha ni corta. Su reino no es de este mundo.
   —A veces eres muy ingenua. Ese hombre no es lo que quiere parecer. Tiempo al tiempo.
   —No vamos a discutir por Sisinio. Centrémonos en lo nuestro y en nuestros aliados. Vayamos a hablar con tu padre. El galeno ya se habrá marchado.



Piedra laberíntica del rey Silo, fragmento que se conserva en Santianes.



2 comentarios:

Norma Jacomet dijo...

bello como todo lo que escribes.

Maria Jose Mallo dijo...

Muchas gracias, Norma. Tu fuiste una de las primeras lectoras, y quien me dio la oportunidad para publicar con vosotras hace ya unos cuantos años...