XI
Fue
la única alegría del viejo Fruela en años; los ojos se le arrasaron de lágrimas
de emoción. Qué alegría le acababa de dar su sobrina Adosinda pensando en
desposar a Silo y más aun pensando en hacerlo rey de las Asturias, con el apoyo
nada menos que de Samos. Cuanto honor para su casa las palabras de Argerico
sobre Silo, el buen concepto que el abad tenía de su único hijo. El bueno de
Silo. Tan preocupado por la cultura, aficionado a leer y a escribir. Lo había
heredado de su madre. En honor a la verdad, a él siempre le pareció un débil,
un hombre que prefería leer a luchar no era muy de fiar como adalid en estos
tiempos difíciles, pero algo había en su hijo que hacía que los hombres
importantes del reino confiaran en él y le consideraran digno de la mano de la
hija de Alfonso I y digno también para asumir la corona cuando llegara el
momento. Lo cierto es que era instruido y diplomático y cuando tenía que luchar
lo hacía, aunque no fuera muy de su agrado, pero lo hacía y bien. Para que
darle más vueltas.
—Hija mía, me acabas de hacer el hombre más
feliz del reino en estos momentos. Silo será tu esposo, será un inmenso honor
para esta casa, que es la tuya, que yo te agradezco en lo que vale. Espero que
Dios me permita vivir para veros desposados.
—¿No sería mejor que permanecieras aquí un
tiempo y luego yo te acompañara a Cangas a dar la noticia al rey Aurelio?
—preguntó casi afirmando Silo.
—Ya lo
había pensado. Pero pienso que es mejor que vaya ahora y le dé la sorpresa, si
permanezco aquí, pueden sospechar y urdir alguna trama. Hablaré con el rey,
recogeré mis cosas y regresaré a Flavium Avia. Nos desposaremos aquí. En Cangas
ya no hay nadie de la familia. Además como estamos de luto por el rey, será una
boda discreta.
Cuando Fruela, tembloroso por la emoción se
retiró a descansar, Silo manifestó a Adosinda la necesidad de aclarar algunos
puntos referidos al futuro como esposos.
—¿Que te preocupa?
—No es preocupación —Silo titubeó unos
segundos, no sabía cómo abordar una duda que creía importante y que, por lo
visto y oído, no se había tratado en Samos, ni en ninguna parte— Me pregunto,
que ocurrirá con Alfonso, si nosotros tenemos hijos varones…
—Alfonso será antes, puesto que es mayor y
será, con total seguridad, gobernador de palacio, cuando llegue le hora de
sucederte. Si tenemos hijo varón, el será el siguiente.
—¿Accederá Alfonso?
—Desde luego. Ese será el acuerdo. Nuestro
hijo varón o el marido de nuestra hija, si elije bien. Eso se pactará con
Alfonso, en su momento. Argerico también me lo había preguntado y en eso hemos
quedado. Esta completamente de acuerdo. Alfonso será rey, después de ti, para
eso lo estamos educando.
—Me parece bien.
—Aun no somos esposos y ya estás pensando en
los hijos, como sois los hombres —sentenció resuelta Adosinda levantándose,
mientras Silo se ruborizaba.
Llovía de nuevo en Cangas, cuando la hija de
Alfonso I, pidió audiencia al rey Aurelio. Este se la concedió de inmediato,
posponiendo todos los asuntos que tenía entre manos.
Adosinda iba a arrodillarse, cuando Aurelio
se adelantó para impedírselo. Besó su mano y la invitó a tomar asiento.
—Me alegro mucho de verte. ¿Cómo están los
niños?
—Perfectamente, señor. Pero no vengo a
hablaros de eso.
—Pues tú dirás.
—Tengo intención de contraer matrimonio.
Hubo un ligero titubeo en el rey, que
Adosinda interpretó como producto de la sorpresa.
—¿Quién es el elegido? —inquirió Aurelio
secamente.
—Silo, el hijo de mi tío Fruela.
—Me parece bien.
—Pues mucho mejor. Porque será mi esposo en
breve.
Adosinda iba a levantarse, dando la
audiencia por terminada, ya estaba todo dicho, pero Aurelio la detuvo.
—Podías haberme dicho que querías casarte.
—No entiendo a que os referís.
—Podíamos haber hallado otro marido.
—¿Qué tiene de malo este? Es el que yo
elegí.
—No es eso. Podías ser reina desde el mismo
momento de tu matrimonio.
—Bueno, bueno —pensó Adosinda— pero este no
era medio monje, medio ermitaño, y mira con lo que me sale.
—Lo seré toda vez que mi marido sea elegido
rey, tras vuestra muerte o vuestra renuncia. Mi marido os sucederá. Gracias por
vuestro tiempo, señor.
La princesa salió de la estancia a toda
prisa. La afirmación del rey Aurelio, la había dejado descolocada. Lo cierto es
que tenía ganas de reírse a carcajadas, cosa que hizo nada más cerrar la
puerta, sin preocuparse de que sus risas fueran oídas por el rey y por todo el
palacio, puesto que continuó riendo hasta que entró en sus aposentos, cerró la
puerta y llamó a su sirvienta para que la ayudara a quitarse la ropa.
Al día siguiente el rey salió para San Martin, donde pasaba la
mayor parte de su tiempo, casi a la vez que Adosinda salía para Flavium Avia.
La princesa no regresó a Cangas hasta el día
en que Silo fue coronado rey de las Asturias, seis años más tarde.
FIN
No hay comentarios:
Publicar un comentario