Por si vuelven

 

 


 

Cada vez que llovía se sentía raro. Hacía tanto tiempo que vivía en Lanzarote, que se había acostumbrado tanto al paisaje lunar de la isla, como al clima uniforme con cinco o seis días de lluvia al año, y pocas variaciones en la temperatura. Esta vez había estado lloviendo casi dos días de forma continua, y la hierba, donde existía, había mutado del ocre al verde, y las palmeras se habían sacudido el polvo y lucían exuberantes y ufanas, agitando las palmas al viento suave de la tarde. El contraste entre el tono púrpura de los volcanes y el rejuvenecido verde de la palmas y las tuneras se hacía más evidente que antes, y más grato a la vista. Todo el entorno estaba satisfecho tras la lluvia; todos, menos el.

Llovía también aquel día ya lejano que había aterrizado en la isla, huyendo del frío del alma. La lluvia, solamente había durado unos minutos, pero el frío interno que le acompañaba apenas se había atenuado en todos esos años. Trabajaba, comía, dormía, leía de vez en cuando, y sobre todo, daba largos paseos por la isla, unas veces a pie y otras, las más, en bicicleta. Le gustaba el ciclismo porque no tenía ni que saludar a la gente que se iba encontrando. Se había vuelto casi huraño.

Un día, en uno de esos paseos, observó algo muy extraño. Se había sentado sobre unas rocas a beber agua y a contemplar la puesta de sol, cuando de repente, el mar se agitó ante el a no demasiados metros de la costa y un objeto redondo y brillante, como una bola gigante, emergió del mar, para detenerse unos minutos o tal vez solo segundos, a la altura de sus ojos. Pudo notar como la bola era transparente y dentro se veían, algo difuminados, dos humanoides altos vestidos de blanco. De pronto la bola de elevó y desapareció por completo en centésimas de segundo.

Seguro que se pararon para verme, pensó. No sintió miedo alguno. Decidió no comentar nada de lo ocurrido con nadie. Donde ya lo consideraban raro, solo faltaba esto: que viera marcianos.

No obstante, aunque todo pareció ir muy rápido, habían transcurrido dos horas, según su reloj. Parecía increíble, pero era cierto. Sus vecinos de adosado, se habían preocupado y uno de ellos estaba en medio de la calle oteando el horizonte para ver si lo veía venir.

Estábamos preocupados. Nunca tardas tanto. ¿Qué ha pasado?

Me quedé un poco traspuesto allí sentado mirando la puesta de sol. Había dormido mal, mintió. No podía decirles la verdad.

Cada vez que volvía por aquellos acantilados, se paraba a mirar ya no la puesta de sol, sino el mar casi siempre tranquilo como un lago, o agitado, como ahora, por los alisios, lleno de pañuelitos blancos de espuma. Pero los marcianos no volvieron a asomar por allí. Se habrán ido a su planeta, pensó para si.




Esa noche, tras los dos días de lluvia, prefirió después de la cena, dar un paseo a pie. El agua le traía recuerdos desagradables. Aunque ella no se había ido de su recuerdo, cuando llovía se hacía más presente, tanto, que creía verla por todas partes. Caminaba por la larga senda que bordeaba el mar al este de la isla, frente a la costa africana. La luna esparcía su luz blanca, intensa, por aquel paraje lunar sin igual.

De pronto, otra luz apareció sobre el mar. Era un gran foco que lo deslumbró. Un barco a estas horas por aquí, que raro, se dijo. Tuvo que detenerse porque la luz lo cegaba. Tras unos momentos, el foco bajó de intensidad y pudo ver una bola transparente con alguien dentro. Pero no eran los humanoides. Eran un hombre y una mujer. Eran una pareja de humanos como el, metidos dentro de aquella esfera. Parecían discutir. La esfera se hizo grande, muy grande, y entonces lo vio claramente. ¡Era ella!, si era ella, con otro hombre...Oyó perfectamente lo que decían.

Si me dejas, salto al vacío, decía ella.

No digas tonterías, ni me hagas chantajes, respondía el.

Has roto mi matrimonio y mi vida. Lo he dejado todo por ti y ahora te vas como si nada...No puedes hacerme esto, no puedes.

Me voy, me vuelvo a mi país. Tengo allí mi vida. Tu no eres nada comparada con mi familia.

Le dije a mi marido que sabía lo suyo con mi prima para poder dejarle. Era algo que ya estaba olvidado, algo que no tuvo importancia,  y yo lo agrandé a propósito. Le dije  que me quería morir, que tenía que alejarme un tiempo, que a lo mejor no volvía. Le monté una escena espantosa y le dejé desconcertado. Le dije que me mataría. Me fui para seguirte, y ahora resulta que me dejas, resulta que tu me habías mentido y pensabas irte sin mi, cuando sabes que no puedo vivir sin ti.

Eres una exagerada. Siempre sobreactúas. ¿No podías decirle que tenías un lío con otro? Por que inventarse una historia, por que no decir simplemente la verdad como yo te estoy diciendo ahora.¿No te confesó el lo de tu prima, por que no hacer tu lo mismo?

Quería que se sintiera culpable, muy culpable.

¿Culpable de que, de hacer lo mismo que tu? Me voy. Hubiera querido que nuestra despedida fuera civilizada, pero es lo que es. Que se le va a hacer.

Si das un paso para irte, salto al mar desde aquí.

Haz lo que te de la gana. Yo no soy tu marido. No vas a hacerme sentir culpable.

No te vayas o salto...No te vayas...

El hombre se alejó tranquilamente y subió al coche que tenía estacionado inmediatamente detrás del de ella. Tomaban esas precauciones inútiles. Eran cosas de ella, que tenía un carácter novelero. Estaba ávida de que le ocurrieran cosas y mira por donde...

Había caído la niebla, casi no se veía a un metro, y ella, interpretando como siempre, caminó hacia el vacío histriónicamente erguida, diciendo a gritos: me tiro al mar, me tiro al mar, lo voy a hacer...No tenía ninguna intención de hacerlo, ahora se daba cuenta, pero apuró demasiado la interpretación, la niebla le impidió ver el borde y fatalmente se precipitó al vacío, gritando el nombre de el, el nombre del otro, del amante, no el suyo.

Williaaaaannnn...

Willian era el norteamericano que había venido a la empresa a planificar la fusión con los holandeses. Ella había sido su secretaria todo ese tiempo y su amante, por lo que estaba viendo.

El yanqui se había subido al coche y se había alejado tranquilamente, a la misma vez que ella desaparecía acantilado abajo. Allí se acabó la historia. La bola se quedó iluminada pero sin actores.

El resto ya lo conocía el. A los cuatro días habían encontrado su cuerpo en la playa, entre las rocas, donde se pescaban los pulpos. Allí estaba, con la cara destrozada por el choque contra las piedras. Y el pensando que se había matado por la decepción de lo suyo con Tere, que solo había sido un polvo malo cuando estaban bebidos, tras la cena de empresa de ese año.

Ella que era una histérica, había montado un pollo de mucho cuidado. Tras eso, anduvo rara durante mucho tiempo. Ahora se daba cuenta que había sido todo el tiempo que duró lo suyo con el yanqui. No comía, no dormía, casi no le hablaba y por supuesto, no consentía que la tocara. La muy hipócrita, se hacía la victima, mientras follaba con el otro. Porque eso era lo único que hacía con el otro: follar. Se la tiraba, porque estaba solo y necesitado, después de hablar todos los días con su mujercita al otro lado del charco, que tal vez, estuviera haciendo lo mismo con otro.

Y el, tan idiota, tan idiota, que se había creído que Laura, si Laura, la muy puta, había saltado al vacío, por la depre que siguió al conocimiento de su polvo malo con la Teresita.

Hay que joderse.

El yanqui, el muy cabrón, había estado en el entierro, y ahora suponía que toda la empresa sabía lo suyo con Laura. Porque estas cosas se saben. Y nadie me lo dijo. Y yo cargué con la culpa del suicidio, que ni siquiera lo fue,  y me exilié a Lanzarote, el destino   más lejos que pudo proporcionarme la empresa. Y tras años de culpabilidad y desconcierto, han tenido que venir los marcianos a decirme la verdad.

¡Coño, los marcianos! ¿Dónde está la bola?

Había desaparecido.

Estuve sentado mucho, mucho tiempo, en medio de aquel camino a ninguna parte, mirando el mar, lo mismo que hacía la luna. Allí estuvimos los dos hasta casi el amanecer.

Pensé mucho en lo sucedido aquella noche. Pensé en ello cada día y cada noche durante meses. Al fin llegué a la conclusión que había sido cierto: yo lo había vivido tal y como fue. No fue un sueño, ni  un acto de adivinación a posteriori. Fue como una película. Lo mismo que se ve el futuro en una bola de cristal, yo vi el pasado. Alguien me hizo que lo viera. Aquellos humanoides que me miraron un rato largo, por alguna razón que desconozco, quisieron que supiera la verdad y sanara de mi herida.

Tal vez algún día me digan el por qué. Yo de vez en cuando me siento en el mismo sitio y espero por si vienen.

De momento no lo han hecho. Pero yo aguardo. Soy muy paciente, y aunque he sanado de mi herida, no pienso irme de Lanzarote.

Aquí hay algo que me sujeta, algo que me mantiene alerta, con los cinco sentidos activos. No se qué es, pero me siento bien. Mejor de lo que nunca me he sentido.

Esta isla es muy mágica. Hay mucho por descubrir en ella. Además tengo algo, alguien, por quien esperar.

Porque, a lo mejor, vuelven.






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