Capítulo IX y último
Hoy, el mismo día del cierre de la
estación, regresaba a la
casa que habían compartido para recoger el coche. Juan la vio bajarse del taxi,
puntual como siempre, y llamar a la puerta. Cuando le abrió la notó
entristecida, no era la misma Ana habladora y extrovertida de antes. Estaba
guapa, pero diferente.
Se saludaron muy fríamente. Juan estuvo
tentado de enseñarle el periódico pero pensó que quizá ya ella lo había leído.
Además para que remover la historia.
El
coche, reluciente, brillaba bajo el sol de la tarde, aparcado en el jardín. Ana que no había soltado el
trolley, abrió el maletero y tras guardarlo se subió al todo terreno azul
marino que había comprado dos años antes. Antes de abrir la puerta miró a Juan
por última vez, con una mezcla de curiosidad y pena, y echó un vistazo de soslayo a la casa.
__Adiós
__Adiós.
Así,
de ese modo tan escueto y gélido, terminaban
por completo diez años juntos. Ana contuvo las ganas de llorar. Juan no sabía cómo
definir lo que sentía. Hubiera querido decirle muchas cosas, pero ya era tarde.
Tuvo deseos de preguntarle si no llevaba encima la pistola con balas de plata,
no fuera ser que se le apareciera la mujer mariposa, pero le pareció
innecesariamente cruel.
Ana iba darle al contacto, cuando se
detuvo para buscar algo en el bolso. Juan se quedó de piedra al verla sacar
precisamente la pistola y guardarla en la guantera. Le invadió, entonces sí,
una gran tristeza. Comprendió que ambos tenían la vida totalmente condicionada
por los sucesos de aquella noche que él nunca quiso reconocer como reales. A
los dos les había cambiado la existencia para siempre. El coche se alejaba y
Juan se sentía cada vez peor.
Tuvo deseos de salir corriendo tras el
todoterreno, incluso pensó subir a su propio coche e ir al puerto a despedirse
de Ana como era debido, a decirle que lamentaba no haberse puesto de su parte y
a disculparse por haberla tratado tan
mal intencionadamente, solo para hacerle daño, porque en el fondo le molestaba
que ella tuviera razón, que fuera más inteligente y más resuelta que él y que
se estuviera yendo de su vida.
Ana continuaba con la mirada en el retrovisor, esperando inútilmente que
Juan diera alguna muestra, aunque débil,
de querer detenerla, de tratar de impedir que se fuera. Creyó percibir un amago de salir tras
ella, pero fue solo eso: un amago, tal vez producto de su imaginación o de su
deseo.
Ya
en la avenida de camino al puerto, mientras interrumpía con el dedo la trayectoria de
una lágrima que había decidido dar un paseo por su mejilla, Ana vio a una mujer
que hacia auto stop; era raro, hoy en día ya casi nadie utiliza esta forma de
viajar. Le recordó sus años de jovencita cuando hacia dedo con las amigas para
moverse de un lugar a otro. Aunque supuso que, quizá, la chica hubiera preferido
que parara un hombre, detuvo el coche y la invito a subir.
__Voy al puerto ¿si te sirve?
__Si,
yo voy también al puerto.
La
muchacha subió al coche. De cerca se veía más mayor. Era una belleza rara, como
antigua.
__¿No
iras a tomar el Ferry para Plymouth?
__Pues
sí, precisamente.
Ambas
se miraron divertidas.
__¿Te
conozco?__ preguntó Ana.
__S
i y yo a ti también.
__Es
que tú cara me suena de algo, por eso te lo digo.
__Es
que nos hemos visto antes.
__ ¿Dónde?
__ Aquí
__ ¿Aquí?, yo falto desde hace tiempo.
__Si
aquí, Bueno no del todo…
Ana
la miro inquisitiva.
__En
realidad me has visto en la montaña, hace un año.
Hubo
un silencio. A Ana la montaña no le traía buenos recuerdos, precisamente. No se
atrevía a preguntar de qué forma se habían conocido. Desde aquella noche
funesta en la que se habían extraviado en la niebla, su vida había dado un giro
de 180 grados y no para mejor, por cierto. Así que fueran las que fueran, las
circunstancias en las que se habían conocido, serían desagradables, seguro.
Volvió a mirarla. ¿Era Gloria, la cámara? No, que va, aquella chica era muy
diferente. Pero lo cierto es que le recordaba a alguien. Tal vez fuera alguien
de la cadena de televisión, alguien de producción o de redacción…
__Pues
la verdad ahora no caigo…
La
viajera se volvió hacia ella y la observó despacio, sus ojos azules reflejaban
el rojo del atardecer, y la miraron tan profundamente que Ana notó un
estremecimiento y detuvo el coche, incapaz de continuar.
__
Hace un año, estuviste un buen rato apuntándome con un rifle__ le contestó
suavemente la mujer mariposa.
Fin
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