La reina hilandera


V



Pasaron de largo por San Juan de Villapañada, donde algunos viajeros comenzaban la jornada y se apartaban sorprendidos del paso de la comitiva rodeada de soldados a caballo, y se encaminaron a Beriso[1] con intención de hacer noche en el castillo. Hasta Samos serían, con buen pie, ocho jornadas, por caminos difíciles, a veces.
   Un comercio incipiente estaba resurgiendo tímido, pero perseverante. Unos cuantos comerciantes, casi todos locales, iban y venían comprando y vendiendo productos agrícolas y ganaderos en las ferias y los mercados de las villas del camino;  Algunas veces, aparecían mercaderes, por la capital y las poblaciones importantes, casi siempre sirios o judíos, provenientes de otros reinos de Hispania, incluso de Europa, portando deslumbrantes sedas y tafetanes de los telares de Granada, objetos andalusíes hechos de cuero repujado o de marfil primorosamente tallado: jofainas, ataifores, incluso vajillas completas, de cerámica vidriada, que llamaban la atención por su brillo y finura; marqueterías de Toletum; figuras de animales exóticos para estos reinos hechas de bronce, incluso de plata. Por todo ello los caminos volvían a tener vigilancia, ya que los reyes astures cuidaban con esmero el resurgir de las caravanas, y la zona era bastante tranquila y ahora mismo poco levantisca. También el tiempo acompañaba de momento, incluso lucía un tímido sol, sesgado ya por el equinoccio de otoño.
   Los niños viajaban cómodos en una especie de pilentum, adaptada al paso del tiempo, acompañados por Teodomira, puesto que Adosinda, buena amazona, prefería viajar a caballo al lado de Silo y de Sisinio de Nepi, cuando el ancho de la calzada lo permitía. Al pésico continuaba sin gustarle el supuesto, según él, enviado papal, pero a Adosinda le atraía el fraile guerrero callado y hermético, que manifestaba ser italiano y hablaba, cuando hablaba, un latín cultísimo. En uno de los altos para tomar un refrigerio, el príncipe Alfonso le preguntó por Carlomagno, que parecía ser su ídolo.

Carlomagno

   —¿Le conocéis en persona?
   —Desde luego, me he entrevistado con él en varias ocasiones. Siempre de parte del papa.
   —¿Qué opinión os merece? —se atrevió a preguntar Silo.
   —Es un hombre inteligente y ambicioso.
   —¿Y su hermano Carloman[2]?
   —Es también inteligente. No tiene la ambición de su hermano, ni su osadía, ni su temperamento inestable. Para mi es más noble, por esto mismo creo que Carlomagmo saldrá victorioso de la pugna entre ellos, caso de que se materialice.

Carloman I

   —¿Creéis que habrá una contienda entre ambos? —preguntó Adosinda.
   —Pudiera ser. Los aquitanos y los gascones están en pie de guerra contra Carlomán. Carlomagno le insta a intervenir, pero él no parece estar por la labor. Si Carlomagno interviene y se hace con los territorios estallará la guerra entre ellos de modo inevitable. Previamente, y por si acaso, ha firmado un acuerdo con el duque Tassilón de Baviera y se ha casado con una princesa Lombarda, a fin de rodear a Carlomán con sus propios aliados. Muy astuto.
   —¿Pero no estaba ya casado?
   —Sí. Repudió a su esposa para unirse a Desideria y lo repetirá tantas veces como sea necesario. A la anterior la mantiene en la Corte como concubina.
  —Que escándalo ¿Por qué se lo consiente el papa? Además una alianza entre lombardos y francos no sería buena para el papado.
      —Ahora mismo, el papa ya no teme esa alianza, puesto que Carlomagno acaba de repudiar a la princesa lombarda, tras unos meses de matrimonio, para desposar a una sueva: Hildegard. Ya no hay alianza con Lombardía y ahora Desiderio, el padre de la anterior, anda levantisco contra el papa, así que este tiene que llevarse bien con Carlomagno, si quiere su ayuda.
Hildegard de Vintzgau

    Silo sacudía la cabeza con rechazo.
    —¿Y la herejía?
   —No puedo hablaros de eso. Son asuntos teológicos que debo tratar solamente con el abad.
   —Perdonad. —dijo Silo bastante confundido—. Es que me preocupan las nuevas teorías sobre Jesucristo que se oyen por ahí.
   —Es comprensible. Pero, mientras el papa no se manifieste de modo público, nada puedo adelantaros. No obstante, sabed una cosa: Carlomagno quiere controlar la iglesia hispana y Elipando de Toledo es el más firme opositor a esa asimilación.
   —¿Y el papa? —Volvió a preguntar Silo
   El papa hará lo mejor para el pontificado.
   —Hará lo mejor para la iglesia, incluida la hispana —corrigió Silo convencido.
   —Lo mejor para Roma y los estados Pontificios. —reiteró Sisinio de Nepi, levantándose y dando la conversación por concluida.
   Silo quedó pensativo y se dirigió a Adosinda que había escuchado la conversación en un segundo plano.
   —¿Habrá querido decir que el papa apoyará el adopcionismo si le conviene?
   —Creo comprender que el papa o mejor los estados pontificios, dependen ahora mismo de lo que decida hacer Carlomagno. Así que mejor pregunta que piensa Carlomagno del adopcionismo.
   —¿Y qué crees tú qué piensa?
   —Está en contra de Félix de Urgel.
   —Pues menos mal.
   —A lo mejor no es tan malo como tú le supones.
   —Es un libertino ¿no has oído lo que dijo respecto a sus esposas? No comprendo por qué el papa le consiente…
   —Porque le necesita. Es ahora mismo el protector de Roma. No le des más vueltas. —concluyó Adosinda levantándose también__. Pienso que la herejía, como la mayoría, no va a ninguna parte. Son modas pasajeras, o tal vez estrategias.
   Silo no terminaba de entender la posición del papa. Para él la postura de la iglesia de Toledo era subversiva ahora mismo, aunque la posible subordinación a Carlomagno era aun peor. Por ello pensaba que el papa debería actuar con firmeza contra Elipando y poner en su sitio al rey franco. Debía ser rotundo contra los dos. Tal vez eso fuera lo que el viajero venía a comunicar al abad. Tal vez el papa deseara pedirle consejo, o ponerlo al frente de la iglesia de Toledo.
   —Mal no estaría —pensó animado—. Habrá que esperar.


Elipando de Toledo






[1] Antiguo nombre de Salas.
[2] Carlomago y Carlomán; hijos de Pippino el Breve quien a su muerte dividió el reino entre ambos. Con ellos comienza en Francia la dinastía Carolingia. Mantuvieron una relación tensa y estuvieron a punto de iniciar una contienda civil.

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