III
Mauregato, el medio hermano del
rey asesinado, sabía que esta vez no iba a ser el elegido. Si, pese a ser
bastardo, sus oportunidades para llegar al trono eran las mismas que las de su
primo y sus cualidades también o quizá mejores; en esto Adosinda y Silo se
equivocaban, y además, Mauregato no era un asesino; él no había tenido nada que
ver con la muerte de Fruela. Tampoco sabía, a ciencia cierta, quien había sido
el ejecutor. Tenía sospechas, como muchos, que éste obedecía a instancias
superiores. En eso los nobles opuestos al rey habían tenido suerte. Alguien
había movido los hilos y, para remate, había enviado un sicario. Eso era lo que
se decía. Los nobles contrarios al rey, le acompañaron y le ayudaron a
desaparecer. Probablemente a tierra mora. El emir tenía que estar satisfecho,
su enemigo, el que ordenó asesinar a su sobrino, estaba muerto. Seguro que Abderramán, hubiera visto con buenos
ojos que él fuera el elegido, pero los nobles del Aula ni contemplaron la
posibilidad.
Abderramán I |
En ese momento, para la mayoría de los
nobles, estaba en el mismo saco que su medio hermano, solamente que él tampoco
había tenido nada que ver con la muerte de Vimara, cuyo único mérito para ser
asesinado había sido la preferencia de los nobles. Si le hubieran preferido a
él, él hubiera sido el muerto. Fruela no
se andaba con bromas. Por eso el Consejo
prefirió regresar al linaje paterno, al linaje de Pedro de Cantabria, el
Visigodo, consuegro de Pelayo el primer rey.
Pedro de Cantabria, el visigodo |
Su padre Alfonso le había querido y educado
como a los demás y su madre Sisalda había gozado siempre del amor del rey, ya
viudo y solo cuando la conoció. Sus hermanos siempre le consideraron un
usurpador, un bastardo, que les había disputado el amor paterno y que también
podía disputarles el trono. Porque estaba educado para rey y tenía cualidades;
era fuerte de carácter y de físico; tenía dotes de diplomático, se entendía
bien con los moros, era hijo de una de ellos, como el primo Silo, a quien esto
mismo no se le tenía en cuenta y además se llevaba bien con los nobles del
Consejo, con la mayoría, al menos.
Su
medio hermana, Adosinda, siempre le había aborrecido, igual que Fruela. Nunca
aceptaron que su padre se uniera a otra mujer tras la muerte de su adorada
madre, Ermesinda. El no tenía culpa de eso. Sus hermanos siempre le llamaron
“el morángano” con desprecio y le consideraban capaz de cualquier cosa. ¿Había
algo peor que asesinar por celos a un hermano? Su pobre padre se retorcería de
furia y dolor allí donde estuviera. No, el no sería capaz de algo así. Siempre
había querido a sus hermanos, aunque no le correspondieran, excepto Vimara.
Este había compartido juegos y secretos con él y había querido a su madre
Sisalda, ¡era tan pequeño cuando murió la suya!, pero Fruela y Adosinda siempre
se lo reprochaban y al final consiguieron que se apartara de él y de su madre.
También había influido Gundemaro, el mentor que tenían. Su madre había
convencido al rey Alfonso, para que le
destinara otro mentor, ya que estaba probado con creces que el ayo de sus
hermanos, les odiaba profundamente.
Sin embargo no le faltaron compañeros de
juegos. Los hijos de muchos nobles palatinos fueron sus amigos y sus aliados
desde la infancia, y ahora mismo, contaba con adeptos suficientes para intentar
ganar el trono, pero comprendía que no era el momento, estando las cosas como
estaban de exacerbadas. Era mucho más conveniente para todos elegir a alguien
neutral. El fiel de la balanza. El punto intermedio entre dos bandos
enfrentados a muerte. Aunque Aurelio se inclinara ligeramente del lado de los
asesinos; no en vano gracias a ellos había accedido al trono.
Adosinda temía por los hijos de Fruela.
Tenía razón en esto. Estaban mejor en Samos. Allí Alfonso sería instruido para
rey y Jimena para ser, tal vez en el futuro, una buena reina consorte en algún
reino con el que hubiera que sellar alianzas. Les deseaba lo mejor. Los frailes
de Samos eran de confianza, leales por completo a la monarquía y agradecidos a
Fruela que les había protegido. Su hermana Adosinda era inteligente y lista, y
valiente, porque el Camino podía ser peligroso en estos momentos, había
demasiada contestación y con un rey recién elegido, el orden aun no había
tenido tiempo de restablecerse. No le parecía suficiente la compañía de Silo y
sus hombres, aunque probablemente les acompañaran gentes de los diferentes
señoríos por los que fueran pasando, y Samos estaría alerta.
Tenía que recurrir a su amigo Sisinio, para
que acompañara a Adosinda y a los niños durante el viaje. No tenía muy claro en
qué punto del reino se hallaba ahora, pero le mandaría aviso por el conducto de
siempre. Si no podía partir con ellos se les uniría por el camino. Necesitaba
saber algo más sobre los planes futuros de Adosinda con respecto a Alfonso,
aunque estaba claro que pretendía hacerlo rey en el futuro, pero ese futuro aun
estaba lejano y antes seguro que había nueva elección de rey, y él tenía tantas opciones como
cualquiera y la misma ambición como hijo y nieto de reyes que era. Si, antes
que Alfonso él sería rey de las Asturias, aunque su medio hermana tratara de
estorbar la elección. Capaz era, incluso, de casarse con tal de ponerle trabas.
Por eso necesitaba alguien en ese viaje, alguien de la confianza de todos,
alguien que supiera interpretar a la perfección el papel que conviniera sin
despertar recelos. Y ese alguien era Sisinio de Nepi, que seguro que ni se
llamaba así. Nadie lo conocía del todo, esa era su mejor baza. Pero era su
amigo, al menos por el momento. El sería sus ojos y sus oídos en el viaje y en
Samos. Por cierto ¿Dónde andaría Sisinio la noche que asesinaron al rey? No
había estado en el entierro. Nadie le había visto desde hacía tiempo, o eso al
menos, le habían manifestado cuando preguntó. Bien, ¿qué importaba?, el lo
necesitaba en el viaje y allí iba a estar. Eso era lo importante ahora, lo
demás ya era agua pasada.
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