VI
Monasterio de Obona, fundado por un supuesto hijo bastardo del rey Silo |
El viaje continuó tranquilo
desde Beriso hasta Tinegio[1]. Saliendo de Beriso por la margen
derecha del rio Nonaya, el camino se
sombreaba entre frutales, para ir tranquilo adquiriendo altura hasta el
hospital de San Vicente, donde se
bifurcaba en dirección a la costa, y luego, descendía de igual manera hasta Tinegio. En el alto del puerto, justo en
la bifurcación, un grupo de soldados de la hueste del señor de Santa Cruz,
aguardaba para darles escolta hasta el palacio. Adosinda quedó sorprendida de
la belleza del paraje y de la suntuosidad de la morada del señor de las
tierras, muy amigo por lo que parecía de su primo Silo. Pudieron darse un buen
baño, para cenar después en compañía del señor y de su familia. Adosinda creyó
apreciar cierta turbación en Silo ante la hija mayor de sus anfitriones, una
joven rubia y bella, demasiado flaca para su gusto, pero con unos ojos azules
en los que cabía un mar. Hablaron de la Corte y del nuevo rey y de las
veleidades levantiscas de ahora mismo en la zona. Solo que aquí no eran los
siervos.
—Ciertos señores de la comarca de Montecubeiro, andan extendiendo la idea
de la subversión, aunque sin demasiado éxito, por el momento. No se les olvida
la derrota que les infligió el rey. No se les debe perder de vista.
—¿Son los mismos que se rebelaron contra mi
hermano? —preguntó Adosinda mirando de soslayo a la hija del señor.
—Sí, son casi los mismos, por eso les
conocemos bien y les tenemos vigilados. Tengo gente infiltrada.
—Perfecto
—dijo Silo levantando su copa y mirando también de soslayo a la niña de
los grandes ojos, que terminó ruborizada[2].
—Si los hubieras visto aya, que miraditas.
—Parece que te ha escocido.
—¿Qué dices? Simplemente me ha parecido
excesivo. Ni tan siquiera tiene tetas.
—Aprovecha lo que resta de viaje y échale
los tejos a Silo. Debes pensar en casarte. Si ya lo estás cuando se vuelva a
elegir rey, el mejor candidato será tu marido. Esta zona es suya y con los
partidarios de tu hermano, la influencia de Samos y poco más, serás la nueva
reina, estarás en una posición ventajosa para hacer rey a tu sobrino y tus
recelos y tus miedos en la corte se habrán terminado.
—No tengo ningún miedo en la corte.
—Pues haces muy mal, porque tu vida y la de
Alfonso, por ende, corren peligro. Tal vez con Aurelio estés segura, pero
¿Quién será el próximo rey? Debería serlo tu marido. Reflexiona. Tienes la
solución delante de tus narices.
Partieron temprano. Adosinda apenas durmió;
su cabeza daba vueltas a las palabras del aya y sobre todo a las miraditas que
Silo le había dirigido a la niña de la casa. A ver si iba a ser verdad que Silo
le interesaba, de otro modo ¿por qué estaba tan inquieta? Sin mirarle siquiera,
no fuera ser que se le notara la turbación, subió a su caballo y se colocó al
lado de Sisinio de Nepi, que había estado en la cena callado como siempre.
Teodomira, el aya, meneó la cabeza con desaprobación cuando los adelanto en el
carruaje.
Fueron desde Tinegio a La Puebla[3], comarca
aun próspera por las minas de oro halladas y explotadas desde el periodo
romano. Esa prosperidad era visible en la abundancia de tránsito en los caminos
y de ganado en los pastos, en el buen aspecto de las gentes y en la suntuosidad
de sus casonas palaciegas, en contraste con la humildad de la ermita de la
Virgen del Avellano. Aquí se demoraron un día en la torre-castillo del señor de
San Martin, porque Adosinda parecía haberse resfriado, aunque ella era
contraria a la demora.
—Quiero continuar mañana mismo. Quiero que
nos adentremos en Galicia de una vez. No estaré tranquila hasta hallarnos en
Samos y solo quedan tres jornadas. Quiero hacerlas cuanto antes.
Silo no se atrevió a rechistar. Sabía de
sobra de la testarudez de Adosinda. Además, el día se despertó radiante como si
deseara plegarse a los deseos de la princesa. De ese modo con todo a favor,
reanudaron la marcha. Adosinda continuaba a caballo a pesar de que Silo trató
de conseguir que razonara y viajara abrigada con los niños, pero ella se opuso
tajante.
—Solo estoy algo resfriada, nada más. El
aire serrano me hará bien.
Bastante antes del atardecer llegaron a La Mesa. La etapa había sido ligera.
Sisinio de Nepi, estuvo más hermético aun que de costumbre. Adosinda aconsejó a
Silo no atosigarlo a preguntas.
—No va a decirte nada acerca de la herejía,
ya te lo advirtió y ya sabes, considera a Carlomagno un hombre inteligente.
—Pero es un mujeriego.
—El no lo juzga de cintura para abajo, y
parece que el papa tampoco. — Se apresuró a rematar antes de que Silo
protestara una vez más acerca de la moral del rey franco.
Tomaron un sencillo refrigerio en el
monasterio de los hermanos de San Benito, donde pernoctaron. Esa noche la
escolta sufrió un ataque por parte de una banda de malhechores que salieron mal
parados del intento de apoderarse de caballos y de armas. En principio pensaron
que podían ser siervos rebeldes, pero uno de los heridos confesó antes de pasar
a mejor vida que venían de Astúrica[4] y se
dirigían al mar para embarcar hacia algún sitio persiguiendo mejor fortuna. Tal
vez solo huían de la justicia o del hambre o de la miseria en general. Tal vez
una cosa les había llevado a otras.
A primera hora de una mañana fría
prosiguieron la marcha. El rio Navia,
gallego de nacimiento, les acompañó un trecho antes de continuar su rumbo
buscando el mar de los astures para desaguar. Alfonso estaba prendado del
paisaje de esa zona del reino que no había visto nunca. Había salido pocas
veces de palacio y casi siempre para ir a Ovetum[5]
o a visitar a su abuelo a Cantabria. El viaje hasta Galicia era casi una
aventura. También le intrigaba Sisinio de Nepi y le hubiera gustado hablar más
con el acerca de Carlomagno y de las campañas que preparaba, pero Adosinda le
había prohibido atosigarlo.
—Todo lo que podía contar del rey franco ya
lo ha manifestado. Dejémosle viajar en paz. No es hombre de palabras, no
queramos cambiarle.
Silo se dio también por aludido.
Esa noche era la última en territorio propiamente
astur antes de entrar en Lucus.
—Mañana debes poner rumbo a Flavium Avia, tu
padre estará impaciente y nosotros ya estamos a salvo. A mi vuelta, a no ser
que ocurra algo imprevisto, me demoraré un tiempo con vosotros. Tenemos que
hablar.
—Continuaré hasta Fonsagrada, ¿Tenemos que hablar?
—Sí, claro. Hay cuestiones que quiero tratar
contigo con calma.
—¡Qué sosa eres niña! —le recriminó
Teodomira__. Deberías ir al grano, no sea que a la vuelta se demore más de la
cuenta en Tinegio.
—No voy a proponerle matrimonio en medio de
la montaña.
—¿Por qué no?, es un sitio tan bueno como
cualquier otro. Háblale de tus intenciones ya.
—Son más bien las tuyas. No voy a hablarle
de momento, no sea que le asuste la responsabilidad y a mi vuelta me de
calabazas. Todo a su tiempo. Además quiero hablar con el abad. Necesito saber
con qué apoyos reales contaríamos. Tengo que hilar fino, la cuestión es
complicada y Silo no es hombre ambicioso. Seguro que nunca se le ha pasado por
la cabeza optar a la corona.
—Seguro que no, porque así por las buenas
sería complicado, pero casado contigo ya es otra cosa. La corona sería suya por
derecho.
—Bien. Dejémoslo en este punto. En unos días
lo hablaremos; además estará mi tío, que también cuenta. Y no, no creo que se
demore en Tinegio. Tiene que regresar o los ruccones
se plantaran en Flavium Avia antes que él.
[1] Nombre romano
de Tineo.
[2] Se dice
que Silo tuvo, con una joven de Tineo, un hijo bastardo llamado Adelgastro que
fundó con su mujer el monasterio de Obona. (Crónica general de la orden de San
Benito, volumen tres…)
[3] Pola de
Allande.
[4] Astúrica
Augusta: Actual Astorga
[5] Oviedo
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