Comienzo a publicar este relato: El tiempo olvidado, que quiere ser un retrato de la emigración praviana a Cuba en el siglo XIX. Una parte de mi familia llegó de Irlanda, y otra se fue a Cuba. Somos el resultado de esa mezcla más reciente, aunque yo siempre digo que los españoles somos mestizos a tope. La pureza de raza es para otros, con otra "vox".
Son las historias que escuché en mi casa toda mi vida. No está contado al pie de la letra. He cambiado apellidos, mezclado personajes, inventado otros...pero la esencia es la vivida en mi familia y en muchas familias pravianas, "avianas"...
“Ha llegado el momento solemne de lanzarse a la pelea. Así nos lo exige el sagrado nombre de España y el honor de su bandera gloriosa”.
Almirante Cervera, antes de la batalla de
Santiago de Cuba
“A los cubanos
conviene darles todo, todo menos la independencia” (Frase atribuida a Julián de
Zulueta en conversación con el general Blas de Villate, conde de Valmaseda,
Capitán General de Cuba.
Introducción
La noticia llegó a Avia unos
cuantos días después, aunque corrían rumores desde hacía tiempo de que la
rendición estaba próxima, tras el desastre de Santiago de Cuba, cuando la
escuadra española que trataba de salir a mar abierto fue diezmada por la flota
estadounidense.
Aquella tarde de finales de agosto de 1898,
el sol caía a plomo sobre la adormilada villa, cuando mi tatarabuelo, el
irlandés, subió la calle principal renqueante y se dejó caer, casi sin aliento,
en el banco del zaguán. Una de sus diligencias había traído la noticia desde
Madrid: el día trece del presente, España había perdido Cuba. Su hija Sara, se
extrañó al notar que tardaba en subir, y bajó alarmada a ver qué sucedía.
Don Patricio continuaba sentado en el banco,
sus ojos estaban llenos de lágrimas, o eso le pareció a Sara. Apenas tenía
aliento para musitar unas palabras atropelladas.
—Cuba, es Cuba…
— ¿Qué ha ocurrido en Cuba? ¿Es por la
guerra?
Don Patricio asintió con la cabeza.
— ¿Se ha terminado? ¡Gracias a Dios!
—Hemos perdido…Ahora ¿Qué va a ocurrir con…?
— ¿Está preocupado por su hija y sus nietos?
No sufra padre, estarán bien…
El irlandés se levantó como un
resorte.
— ¡No me importa nada esa gente de la que
hablas! Están donde quisieron y tendrán que afrontar las consecuencias. Me
importa la ruina de este país. Ahora que he invertido en un vehículo de motor,
para competir con el fucking
ferrocarril. ¿Qué se les habrá perdido a los americanos en esa isla? ¡Fucking wars! Subamos a comer. A la
mierda Cuba y los cubanos.
Mi tía bisabuela Sara, envió recado a mis
tíos bisabuelos Arias, los cuñados de su hermana y así, la noticia corrió por
la villa. Raro era la familia que no tenía a alguien en la isla. Cuba era para
los avianos bastante más que un país del otro lado del mar. Cuba era el vecino,
el amigo, el pariente, la familia; Alguien a quien se recordaba y se seguía
esperando, alguien que se sentaba con ellos a la mesa cada día, alguien con
quien se compartían alegrías y penas, alguien a quien se conocía sin haberlo
visto nunca y a quien se amaba con
nostalgia y con esperanza en la distancia; Todo lo que concernía a esa Cuba, le
concernía a Avia como propio.
Poco a poco, se fue arremolinando gente en
la plaza alrededor de la casa del irlandés, interesada en saber más acerca del fin de la guerra. Que España había
perdido Cuba era lo único conocido por ahora, lo demás eran conjeturas. Mi tía
bisabuela Sara, bajó a hablar con la gente, para repetir lo único que sabían
con certeza: La guerra había concluido. España había sido derrotada por los Estados
Unidos.
En los siguientes días, en el Casino, en los
cafés y en cada tertulia que se hacía en la calle en las noches veraniegas, no
se hablaba de otra cosa; Todas las noticias, rumores, dimes y diretes, sobre
vidas ajenas, comidilla hasta entonces de cada reunión vecinal, pasaron a un
segundo plano o se olvidaron por completo, para alivio de muchos. Solamente se
hablaba de la pérdida de Cuba. Había opiniones a favor y en contra y los bandos,
también aquí, estaban enfrentados. La mayoría pensaba que la culpa era del
almirante Cervera que había optado por una mala estrategia; solamente una
minoría, mejor informada, sabía que el gobierno de Madrid había sacrificado a
sus soldados, desde el principio, en una guerra perdida de antemano, por no querer
enfrentarse a una población exaltada, manipulada por la prensa sensacionalista y
patriotera del momento. Si el gobierno de Madrid hubiera vendido la isla a los
Estados Unidos, declarándose vencido sin haber sido derrotado militarmente,
habría inducido un golpe de estado con amplio apoyo popular y, en consecuencia,
la caída de la monarquía. Por eso, el gobierno concluyó que la derrota, segura,
era mejor que la revolución, también
segura.
La orden que recibió Cervera de salir de la
bahía de Santiago el tres de julio a primera hora del día, era militarmente
hablando, la peor de todas. Si hubiera salido por la noche o un día con mal
tiempo, hubiera evitado la destrucción de la flota española, más rápida que la
norteamericana; además ésta hubiera tenido que alejarse de Santiago y buscar
refugio en otro puerto, ante la próxima temporada de huracanes que se
avecinaba. Eran el blanco perfecto, puesto que no había otra opción que salir
en fila india, dada la estrechez del canal del puerto.
El almirante ordenó navegar
cercanos al litoral y embarrancar una vez fueran alcanzados. Sabía que todos
los grandes cruceros aguantarían sin hundirse un tiempo, lo que permitiría a
mandos, oficiales y marineros ponerse a salvo huyendo por la costa. Cervera
trataba de salvar vidas, sabiendo que la batalla estaba perdida.
—Fue un desastre porque no había otra
opción. De este modo se salvaron muchas vidas.
—Los americanos se rieron de nosotros, como
pasó en Filipinas. Nuestra armada es una mierda.
—Serán nuestros almirantes.
—Son nuestros políticos. Mejor hubiera sido
vender Cuba a los americanos cuando quisieron comprarla, que no perderla de
esta manera tan humillante y a costa de miles de vidas.
—Vidas de los pobres que no tuvieron los
trescientos duros que costaba la redención, o que los cobraron de los ricos para
que estos no fueran a la guerra. Vendieron su vida por trescientos cochinos
duros y se fueron a morir de hambre a miles de millas. Yo me alegro que la
guerra haya terminado.
—Sí, tienes razón, eso es otra cosa que no
se dice, pero nuestros soldados murieron de penuria y de enfermedades, más que
por heridas de guerra. El ejército no
supo organizar el abastecimiento. Y encima entramos en guerra con los yanquis.
—Yo creo que la guerra con los Estados Unidos
no se buscó…
—¡Que se iba a buscar! Pero una vez en
marcha el gobierno de Madrid quiso que se terminara cuanto antes y por eso
autorizó desastres como el de Santiago. No fue el almirante, fueron los
políticos. Fue el cabrón de Sagasta, ese masón de mierda.
—No lo autorizó, exactamente, esa no es la
palabra. Digamos que lo ordenó.
Sí, tenía toda la razón el aviano, hubo
muchos oficiales que declararon estar convencidos de que el gobierno de Madrid
tenía el propósito de que “la escuadra
fuera destruida lo antes posible para llegar a la paz con rapidez”. La
continuación de la guerra con los Estados Unidos hubiera supuesto un peligro
para los territorios de la metrópoli, en especial para las Islas Canarias y las
Baleares, por eso el gobierno del liberal Sagasta optó por sacrificar la
Armada. Ese rotundo y decisivo desastre naval justificaría la rápida firma de
la paz. Tras el hundimiento de la escuadra, Santiago de Cuba cayó en poder de
los americanos apenas una semana después, y el gobierno de España solicitó de
inmediato la mediación de Francia para entablar conversaciones de paz con los
Estados Unidos.
—No nos escandalicemos, ni convirtamos a
Sagasta en un demonio, sacrificar la Armada fue lo mejor para todos. La guerra
terminó por fin, regresarán los soldados y Cuba consigue la independencia, que
tiene derecho como el resto de países de América. No hubo asonada y la
monarquía continúa. Lo mejor para todos.
Tal vez fuera lo mejor para España y para la
monarquía, pero la independencia de Cuba quedó sujeta a la voluntad de los
americanos. España, tras años de despiadada guerra colonial, abandonó a su hija predilecta, a su perla del Caribe, como la nombraba la
prensa amarilla, en manos de los Estados Unidos. Los yanquis llegaron a última
hora, con el hundimiento del Maine como excusa, remataron una guerra que ya tenía encaminada el
ejército mambí, se erigieron en libertadores de facto, ocuparon la isla, y se
quedaron hasta el triunfo de la Revolución de 1956.
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