El tiempo olvidado, quinto capítulo








Cuando Estrella Salomé era joven, los Vega de Avia solían pasar temporadas en un Balneario de la provincia de Lugo, muy afamado, donde acudían gentes de alto copete, y donde doña Estrella pensaba encontrar marido para la niña.

Julián era el capellán en aquel momento.

No tenía vocación, había entrado en el Seminario obligado por su madre, que aconsejada por el cura la Parroquia, vio en ello una manera de salir adelante. “Cuando seas vieja y no puedas trabajar él te mantendrá”, sentenció el párroco. Julián siempre había sido un niño obediente, así que sin saber muy bien lo que hacía, se fue a estudiar para cura a Compostela. En principio le gustó, por lo menos no pasaba hambre y dormía en una cama con colchón y sábanas limpias, algo nuevo para él, más adelante le gustó menos, pero se acostumbró. Cantó Misa con veintitrés años, siendo destinado como coadjutor a una parroquia cercana a la suya. Una de sus funciones, quizá la que aceptó con más gusto, fue la de capellán del Balneario. No sabía que allí se toparía de narices con su destino fatal: Estrellita de la Vega de Avia.
Poco contacto había tenido Julián con las mujeres; Las veces que venía a la aldea de vacaciones las únicas que veía eran su madre, su hermana y una vecina de casi su edad, poco agraciada, con más pelo en el cuerpo que un sargento de carabineros, que provocaba en él, el efecto contrario al que debería, sobremanera en aquellas edades.

Cuando vio a Estrella se deslumbró. A ella también le gustó. Era alto, quizá demasiado moreno, pero comparado con los carcamales que poblaban el Balneario y con algún médico joven demasiado atildado, Julián era con diferencia el mejor espécimen de la zona y como Estrella no hacía ascos a ninguna profesión, por muy sagrada que esta fuera, acabó ocurriendo lo que no tenía que haber ocurrido.
La historia terminó huyendo ambos del Balneario a refugiarse en una aldea; no la de la madre, sino la de la abuela, que para entonces ya se había muerto y dejado desocupada la casa con todo su mobiliario. Todo muy aventurero y romántico. Pretendían permanecer un tiempo allí y luego dirigirse a Santiago de Compostela donde Julián esperaba poder vivir dando clases en un colegio, para lo que ya se había puesto en contacto con un amigo. ¡Qué tierno y que iluso! Estrella no sería capaz de vivir como una simple ama de casa. Cuando la pasión se enfriara un poco, sólo un poco, llamaría a Antonino y regresaría a Avia a toda prisa.
Fue la hermana de Julián, la que cayó en la cuenta de donde podían estar y guió a Antonino y al secretario del obispo, que con otro coche y el chofer del Obispado, recogió a Julián, mientras De la Vega de Avia y Rivagodos se hacía cargo de su hermana.
Cuando llegaron al Balneario, la madre, en vez de con abrazos y alegrías, la recibió con un bofetón del revés con la zurda, donde llevaba el anillo de pedida, con cuyo diamante le hizo un tajo sobre el labio superior, del que perduró una pequeña cicatriz. Rápidamente hicieron las maletas y se volvieron a Avia. A las pocas semanas Estrella descubrió que estaba embarazada. La madre desesperada, mandó llamar a la abuela de Antonia, la criada de mi tio bisabuelo, que tenía remedios para todos estos problemas, pero no hizo falta, ya que Estrellita tuvo un aborto natural.

Al año siguiente, los Vega de Avia se cambiaron a un Balneario de Santander que no tenía capilla ni por tanto capellán, creyendo que eso lo arreglaba todo, y demostrando lo poco que conocían a Estrella.
Julián fue enviado primero a Madrid y desde allí a Filipinas a una Misión en la isla de Luzón, donde había otros curas del Norte de España.
Estrella lo había olvidado rápidamente. En el fondo no le gustó el final de la historia, pero no por la separación, si no porque creía sinceramente que ella se hubiera merecido otro final más épico: que corriera la sangre, por ejemplo. Que Julián, desesperado, hubiera acuchillado al secretario del obispo o a su hermano Antonino, no que agachara la cabeza y se dejara llevar como un corderito.

Mas o menos un año después, llegó la noticia de la muerte, a manos de los aborígenes filipinos, de un cura sobrino del párroco de Avia, junto con los demás compañeros de la Misión. Se ofició una Misa a la que acudió toda la feligresía, incluida Estrella.
Cuando al final el obispo que había acudido a celebrar el Oficio, leyó los nombres de los asesinados y devorados, “en un acto vil y sacrílego de canibalismo”, ya que los cadáveres nunca aparecieron, Estrella se desplomó al escuchar el nombre de Julián Oteiro Raposo.
Aunque lo hubiera olvidado como amante, el espanto de imaginar a Julián y a los demás, comidos por los caníbales, (parece ser que, en realidad, murieron todos, indígenas incluidos, por la furiosa entrada en erupción de un volcán; pero la Iglesia, teatrera como Estrellita, optó por el martirio), le sirvió de nuevo como abortivo, ya que se había vuelto a quedar embarazada, esta vez de un gacetillero de origen alemán, que iba por el Hotel Balneario para escribir los ecos de sociedad.

Menos mal virgen del Valle, que aborta por las buenas, porque un día voy y la rajo. Ten piedad de mí, por tu Hijo te lo pido— clamaba su madre en el oratorio, entre lágrimas y suspiros.

Pero lo peor estaba por llegar y ocurrió en Madrid.





Habían llegado a la capital para pasar las navidades invitados por su tía Eloísa, casada con el hermano de uno de los médicos personales de la reina madre doña María Cristina. Aunque el país no estaba para muchos saraos, tras el desastre del 98, la llegada del nuevo siglo, el XX, traía revuelta a la alta sociedad y las fiestas de alto copete eran frecuentes en la Corte en aquellos días navideños. Aquella noche, el rey en persona iba a acudir a la cena y baile en el Casino, institución que en años anteriores no había sido muy partidaria de la familia real, pero que para esta fecha crucial, olvidó rencores por la pérdida de las colonias, e invitó al joven rey.

Don Alfonso XIII, estaba aun soltero y sin novia conocida, aunque se sabía de su afición genética por las féminas de toda condición. En eso los Borbones siempre habían sido muy liberales.

Ya sabemos que Estrella de la Vega de Avia era muy guapa, y muy distinguida, con un toque atrevido que descolocaba a los hombres, acostumbrados a mayores recatos. Estrella madre y la tía Eloísa, tenían planes para presentársela al rey. Lo que pasara después, fuera lo que fuera, sería bienvenido. Porque no es lo mismo un cura, un plumilla y etc., etc., que un rey. Y nunca se sabe.

Esa noche Estrellita estaba deslumbrante. Durante la cena, el embajador de Austria no le quitó ojo, pese a estar acompañado por su mujer, una prusiana oronda, que cenó por cuatro. Pero Estrella se mantuvo prudente, por una vez, esperando ser presentada al rey, antes del baile.

Cuando por fin llegó la ansiada presentación, el rey, como era de esperar se quedó prendado de Estrella, y le hizo llegar ya mismo una invitación para cenar a la noche siguiente en Lhardy. Su secretario pasaría a recogerla en casa de su tía. Todo muy discreto. Luego, bailaron sólo un par de valses, porque el rey tenía que atender otros compromisos, aunque no la perdió de vista el resto de la velada.

Estrella madre no durmió esa noche, haciéndose todo tipo de conjeturas acerca de la catarata de bienes y parabienes que se les vendrían encima, a poco que la niña anduviera fina. Un affaire con el rey no era cosa baladí. Ella sabía que el asunto no iba a pasar de ahí, pero el coño de la niña bendecido por Alfonso XIII, eran palabras mayores. Eso borraba todo lo anterior y un hijo del rey, dada la facilidad de Estrella para la preñez, tampoco estaría mal. Eso valía dineros y un título, como poco. Ella sería la abuela del bastardo real, el duque de Lhardy. ¡Qué bien sonaba! ¡Cuánto boato y cuanta envidia en la villa!

Por si acaso, a la mañana siguiente, Estrella madre le llevó el desayuno a su hija a la cama para tener una conversación de mujer a mujer, en privado.

Tú te dejas hacer y le dices a todo que sí. Es importante que quiera volver a verte…

Entonces será mejor que no se lo ponga tan fácil la primera vez.

No entiendo.

Si se lo doy todo, la primera noche, ya no habrá nada más para el día siguiente. El rey tiene muchas amantes, habrá visto de todo. Nada de lo que yo le haga le sorprenderá. Será mejor encelarle con remilgos para que dure un poco más. Para que trascienda. ¿O no?

Estrella madre se quedó pasmada. Su hija hablaba como una meretriz. Qué pena que esas artes no le dieran mejor resultado. Siempre las empleaba con quien no debía. A ver si esta vez con el rey se coronaba de gloria, nunca mejor dicho.

No te remilgues demasiado, no sea que el rey, en vez de encelarse se canse. Piensa que las demás se lo ponen muy fácil.

No se preocupe, yo sabré actuar según vaya viendo. Déjelo de mi cuenta. Yo soy aquí la experta.

Estrella madre se la quedó mirando perpleja. Desde luego, había parido un putón como la catedral de Oviedo. Si, era mejor dar por terminada la conversación. Al fin y al cabo, ella no tenía nada que añadir, ni sabía tampoco que más decir, ni que más hacer. La niña le daba sopas con honda. Solo le quedaba confiar. Iba a rezar a la virgen pero pensó que, en este caso, los rezos no eran muy pertinentes.

A Estrellita, Alfonso XIII no le parecía atractivo en absoluto. Por eso cuando entró en el privé de Lhardy, no iba muy motivada. Pero el joven monarca era muy seductor, se notaba que tenía experiencia, y enseguida supo llevarla a su terreno. Tenía unas maneras muy apasionadas, a la vez que sutiles y, sobre todo, tenía para ella sobre la mesa, un aderezo de rubíes que quitaba el hipo, el sentido, los remilgos, si los hubiere, y hacía que todo fuera como la seda.

La cena avanzó rápida, Estrella miraba de reojo el collar mientras apuraba el champán francés y se dejaba meter en la boca, una croqueta que el rey le ofrecía entre sus dedos, cuando llamaron a la puerta y entró el secretario con prisas y mala cara. Acababa de producirse un atentado anarquista cerca de allí. Había que sacar al rey de la zona, sin llamar la atención. Cuchicheó con el monarca y volvió a salir. Este se dirigió a Estrella, le puso el collar en el cuello, se lo besó suavemente, y le murmuró al oído: “Os pido mil disculpas. Volveremos a vernos y terminaremos la velada.”

Señora, alguien va a venir a recogeros para llevaros a casa. No os mováis de aquí —advirtió el secretario.

Estrella se quedó sola, un poco desconcertada, y un poco temerosa también. No sabía lo que iba a ocurrir en los próximos minutos, si iba a entrar alguien de palacio o los anarquistas a buscar al rey. Cuando, por fin, se abrió la puerta, entró un hombre muy apuesto con uniforme de la Armada, que la dejó perpleja. Al marino tampoco le disgustó lo que se encontró en el privé.

Señora, —le dijo—. Debemos aguardar un poco antes de irnos.

Tras guardar silencio un rato, sin saber muy bien qué hacer, el marino, que le había hecho un repaso de cuerpo entero a Estrellita, recuperó el aplomo y sugirió:

Podíamos terminar de cenar. La verdad es que no hay prisa.

Y no la hubo. La velada terminó en el apartamento que el rey tenía para estos menesteres en la misma Carrera de San Jerónimo, a pocos metros de Lhardy. El marino sustituyó al rey en todo y muy bien además. Y era mucho más guapo.

Pasaron toda la noche juntos y quedaron en verse en los días sucesivos. Estrella mintió en casa. Manifestó a su madre haber estado con el rey toda la noche y haber quedado para esta noche de nuevo.

Pero, ¿No decías que era mejor más despacio? —Preguntó su madre ingenuamente.

Estrella le mostró el collar como toda explicación y su madre enmudeció.

Voy a retirarme. No he pegado ojo.

¿No prefieres darte un baño?

Ya nos hemos bañado.

No sé ni para que pregunto.

El romance con el marino del que no sabía ni el nombre, duró diez noches exactas. En la undécima cita, una mujer muy exaltada, se presentó en Lhardy, con el secretario del rey. La señora, esposa del marino, para más señas, montó un escándalo, consentido por el secretario, que hizo enmudecer a todo Lhardy. No quedó un alma sin enterarse, incluso en los aledaños, porque los gritos y las imprecaciones continuaron en la calle. Al día siguiente, el affaire había corrido por Madrid, con más ímpetu que las aguas del Manzanares, que continuaba siendo un aprendiz de río.

El secretario real condujo a una Estrella sorprendida y desconcertada, a casa de su tía en la calle Monte Esquinza.

No hace falta que subáis —casi suplicó Estrella.

Debo hacerlo, señora. Tenéis que devolver el collar.

A la mañana siguiente, la tía Eloísa, les comunicó sin miramientos, la conveniencia del regreso a Avia, cuanto antes.

Mejor si no volvéis por aquí —sentenció antes de darles con la puerta en las narices.

Para Estrella madre, el viaje de vuelta en tren, abochornada, humillada, enfurecida hasta casi el ataque de nervios, fue como una Odisea.

Me rio yo del Ulises, ese. Y encima sin collar. Porque esta imbécil, no podía esperar un día por el rey, tuvo que fornicar con el primero que llegó. Puta de mierda. No sé a quien salió la cretina esta. ¡No me repliques, por Dios te lo pido! Porque te parto la boca.

Madre, no se moleste —advirtió Antonino— Estrella lleva rato dormida, desde que salimos de Madrid.

¡Es la culpable de todo y parece que nada va con ella! Tenemos que ensayar una excusa. Hay que encontrar una explicación digna. Esta puta no nos va a dejar en evidencia.

Madre, seguro que la tía Eloísa ya habrá telefoneado al Casino y se lo habrá contado a su pariente don Anselmo el boticario, y con la lengua que tiene, cuando lleguemos ya lo sabe Avia entera y los pueblos de alrededor.

Oh Dios mío. ¿Habrá sido capaz, tu tía…?

Sabe de sobra que sí. No le dé más vueltas. Sobre la marcha iremos viendo.

No iremos a Avia. Pasaremos el resto de las fiestas, en la casa del pueblo. Después ya veremos.

La casa del pueblo estará helada…

¡A callar! No me lleves la contraria, por la Virgen te lo pido. Haremos todos un sacrificio. No tengo ánimos para enfrentarme al escándalo en la villa.

Cuando regresaron del pueblo, casi en febrero, fingiendo venir de Madrid en contra de lo sugerido por Antonino, Estrella supo que estaba embarazada de nuevo. Esta vez Estrella madre, no tuvo compasión. Llamó a la abuela de Antonia la criada de mi tío bisabuelo y le dio una orden tajante.

Quítele ese paquete de encima y si puede ser, déjemela estéril para siempre. Para siempre.

Así debió ocurrir porque Estrella no se volvió a quedar en estado pese a los méritos que continuó haciendo para ello.





Continará...

No hay comentarios: