La novia, desenlace

 





Pasaron dos semanas sin sobresaltos. Nadie le averió el coche, ni la llamó puta por las puertas, ni nada parecido. Continuó con su rutina de visitar a su madre los jueves y salir con Enrique y a veces con Clara cuando Enrique tenía algún compromiso familiar. Sus padres eran ya muy mayores,

Al tercer jueves, cuando volvía ya anochecido porque los días iban durando menos, y porque aquel día además había niebla y llovizna, de nuevo a la altura de la cantera ¡oh sorpresa! Ahi estaba otra vez la chica.

-No, no puede ser, que se haya vuelto a pelear con el novio en el mismo sitio.

Paró y la otra pareció alegrarse al reconocerla.

-Que suerte que seas tu otra vez.

-Pero ¿Y esto?¿Te ha vuelto a pasar lo mismo?

-Si, pero hoy es la última vez. Se acabó la historia. Fin de trayecto.

Al decirlo se giró hacia Irene y entonces ésta, se fijó en sus ojos. Tenía la mirada fría y un rictus amargo en la cara. Irene sintió un escalofrío, sintió incluso miedo. Le dio la impresión de que algo había pasado o estaba pasando. Algo malo.

-A ver si mató al novio- pensó.

No volvieron a hablar en el resto del viaje.

-¿Te dejo en el mismo sitio?

No hizo falta que la contestara. Paró delante de la farmacia y la chica se apeó.

-Gracias-le dijo al salir sin volver la cara.

-No hay de que.

En casa se lo contó todo a Clara que la notó muy nerviosa.

-Es que la conozco, conozco a esa chica de antes de ahora, y no se de qué. No me gustó su modo de hablar, ese rictus de mala que se le dibujó en la cara...Si me la vuelvo a encontrar no paro y aviso a la policía.

-Me parece bien. Ahora toma algo caliente que te voy a preparar. ¿Por qué no llamas a Enrique?

-Es que no lo quiero preocupar con mis cosas, porque ya sabes cómo está su padre estos días. Le pongo un whatsapp para que sepa que llegué y ya está.

No obstante, Enrique la llamó. Ella le dijo que había vuelto a encontrar a la chica, pero aunque a él le extrañó, no añadió nada más.

Esa noche no durmió bien, tuvo incluso pesadillas. Fue casi al despertarse, cuando cayó en la cuenta. No obstante no le dijo nada a Clara, porque no la quería preocupar. Tampoco quería que pensara que estaba obsesionada con las putas boticarias. Por qué si. Porque era ella. Porque la chica de la carretera, era la hija de doña Matilde. Ahora se daba cuenta de que la conocía: de verla en una foto que su madre tenía en la farmacia en un estante frente al mostrador donde tenía también, en otro marco, una foto de Franco.

Para que no le cupiera ninguna duda, esa mañana antes de ir a la oficina pasó por la farmacia. Por suerte, no estaba la doña. El empleado la atendió muy amablemente.

-¿Estás solo hoy?

-Si, doña Matilde tiene visita familiar.

-Claro, la niña- pensó Irene.

En efecto, la chica era la misma de la foto, con la misma edad y con la misma ropa. Exacta.

-No se como se lo voy a decir a Enrique sin preocuparlo, porque va a pensar que no estoy bien de la cabeza. Se lo diré antes a Clara.

Se lo dijo a los dos a la vez y los dos se preocuparon. Primero, no sabían muy bien que pensar y luego pensaron que era imposible, que no podía ser ella. Pensaron que no había chica, que Irene se lo había inventado o que había chica, pero era otra chica. Una chica viva. No la boticas que llevaba cinco años enterrada.

Discutieron con ella todas las posibilidades. Irene fue inflexible: Es ella, es la misma.

-Mira, no dudamos que hayas recogido a una chica, pero lo que ocurre es que, posiblemente, se parece a Matilde hija. Eso es todo y tu como estás molesta con la boticaria, con razón,-recalcó Enrique- con toda la razón, se te han cruzado un poco las imágenes. Eso es todo. Piénsalo bien. No puede ser la muerta. Otra cosa es que hubieras visto un fantasma con la cara de Matildita, pero tan real, subiendo al coche y hablando contigo...No puede ser. Cálmate.

Ni ella se calmó, ni ellos terminaron de creerse que hubiera visto a la niña de la boticaria. Y se preocuparon.

-El próximo jueves, yo te acompaño a ver a tu madre.

-Tu, no puedes dejar a tus padres solos. ¡No estoy loca! Por favor , no sigáis por ahí que me voy a enfadar.

-Nadie cree que estás loca-terció Clara-Pero es cierto que venir por esa carretera puede alterarte un poco. Es mejor que vaya alguien contigo. Puedo ir yo.

-Esperaremos al jueves, a ver cómo están mis padres y lo decidiremos. No te enfades, Irene, es por tu bien. No queremos que vayas sola. Nos preocupamos...

Pero Irene si, se enfadó y bastante, aunque lo disimuló porque de lo contrario, nunca se hubiera terminado la discusión. Por eso, porque se había enfadado y no quería que ninguno la acompañara, la siguiente semana en vez de ir el jueves fue el miércoles, sin decirla nada a nadie. Solo a su madre.

Volvió a la misma hora. Esta vez ya era noche cerrada. Noviembre avanzaba y los días eran ya mucho más cortos. Cuando estaba llegando a la curva anterior a la vieja cantera abandonada, el corazón le latía tan acelerado y tan fuerte, que podía oír los latidos y de pronto, al dar la curva la vio de nuevo. Allí estaba la niña. Esta vez no le hizo señas. Solo la miraba fijamente y... ¡reía a carcajadas! ¿Se estaba riendo, en serio se estaba riendo? Irene no paró el coche, la rebasó sin mirarla siquiera. Podía oírla reír. Podía escuchar sus carcajadas...Miró por el retrovisor y la vio en la orilla riendo como una loca, doblada sobre si misma. Voy a volver a ver de qué coño se ríe esta imbécil. Frenó el coche, pero el freno no obedeció. Pisó hasta el fondo, pero el coche no solo no paraba, si no que parecía coger velocidad por momentos. En cuestión de segundos, perdió por completo el control y en la última curva antes de la entrada del pueblo, el coche se fue ladera abajo, chocando a gran velocidad con todo lo que fue encontrando, hasta llegar a las vías del tren. Allí quedó volcado en mitad de la vía, con Irene dentro desangrándose. Una rama de un pino le había entrado por la sien izquierda y le había atravesado el cráneo.




Su madre tuvo razón después de todo: le habían cortado los frenos. Pero se los habían cortado en el pueblo de su madre.

No hubo detenidos, ni siquiera sospechosos, en los días posteriores.

Bueno si, hubo un detenido en relación con la muerte de Irene.

Enrique.

Si, Enrique.

A la mañana siguiente, una vez recuperado el cuerpo de Irene,  Enrique se fue directo a la farmacia, armado con viejo revolver de su padre, y le disparó a doña Matilde, sin mediar palabra. Estaba tan fuera de si, o el revólver era tan poco preciso, que ninguno de los dos tiros que le metió fueron mortales. Por una vez, los guardias llegaron antes y lo detuvieron. El empleado de doña Matilde los había avisado, al verlo venir armado en dirección a la botica.

Cuando los sanitarios sacaron a doña Matilde en la camilla, se reía a carcajadas, ante la extrañeza de todos. Miró a Enrique ya esposado, al pasar frente a el y le volvieron las carcajadas.

Cuando arrancó la ambulancia todavía se escuchaban sus gritos de risa. Enrique los estuvo oyendo durante mucho tiempo.

 

 


FIN

 

 

La novia, primera parte


 



 

Cada vez que iba a la farmacia le ocurría lo mismo: la boticaria pasaba de ella por completo; Cuando llegaba su turno, Irene agitaba ligeramente la mano con el dedo índice levantado, pero como si no. Algunas personas se lo hacían notar a doña Matilde:

-Va esta chica.

-¿Que chica? -preguntaba mirando a todos lados- Yo no veo a nadie. ¿Te despacho a ti o paso turno...?

Era entonces cuando salía el empleado y le preguntaba si estaba atendida, al verla arrinconada al fondo, con cara de circunstancias.

-Algo pasa aquí, porque a mi se me ve, soy bastante más alta que la media.

Fue su amiga Clara, la que le abrió los ojos.

-Pasa que te has ligado al novio de su hija.

-¿La muerta?

-La misma. No lo asimila. Piensa que Enrique tiene que ser el novio eterno de “la boticas” como la llamaba la gente.

-Pero si la niña hace más de cinco años que murió...

-Es igual. Antes que tú, Enrique salió con la directora del banco, ya lo sabes ¿no? Bueno pues la boticaria retiró la cuenta y amenazó con quitarles más clientela si no dejaba a Enrique. Fue un acoso en toda regla. Al final la directora le puso una denuncia y el banco, hizo que la retirara y la trasladó a otro pueblo, para no perder la cuenta de doña Matilde, ni ninguna otra. Ten cuidado, no vayas a la farmacia, dímelo a mi cuando necesites algo. No te enfrentes con ella.

-Esta mujer está loca. Se lo voy a decir a Enrique.

-Te va aconsejar lo mismo que yo.

En efecto Enrique le hizo la misma sugerencia, pero más en serio. El trabajo de Irene no tenía nada en común con la botica. Era funcionaria de correos y a llevar la correspondencia a la oficina iba el empleado, nunca la jefa. Por ese lado doña Matilde no podía intervenir, por eso, se lo hacía pagar cuando iba a comprar. Menos mal que tenía buena salud. Solo necesitaba, de vez en cuando, un colirio para la vista, que a partir de ya, fue a buscar a la farmacia del pueblo próximo, a la misma vez que iba a hacer la compra, porque el súper de allí le gustaba más. Asunto resuelto.

Irene había logrado la plaza en Correos bastante cerca, por fin, del pueblo donde vivía su madre ya viuda. De este modo, podía ir a visitarla a menudo. Desde que rompiera con su pareja, le costaba vivir sola. Por eso compartía piso con Clara.  Había alquilado una vivienda y luego, había puesto un anuncio en la oficina y en el supermercado realquilando habitación con baño. De todos los que se presentaron se quedó con Clara, que le cayó bien nada más verla. Clara era rubia con larga melena y ella morena con el pelo corto. La gente les decía Clara y Heidi. En los pueblos ya se sabe.




Clara era profesora en el Instituto, fue ella quien le presentó a Enrique, que no levantaba cabeza con la mujeres desde que la hija de la boticaria se había matado con el coche y doña Matilde se había empeñado en que fuera su yerno eterno. Al principio, todo iba bien. El pasaba a verla a menudo y los dos se consolaban mutuamente, pero pronto se dio cuenta de que doña Matilde quería acapararlo, lo había incorporado a su vida, y no le dejaba tener la suya propia. Desde que habían tomado caminos separados, la ex suegra, no le dejaba iniciar ninguna relación. Ya le había estropeado otros conatos de noviazgo, antes de la directora del banco. Cada vez se hacía más evidente la intromisión. Enrique había tratado de aclarar la situación con ella, pero doña Brujilde como la llamaba la gente, lo había ignorado por completo.

-No quiero que estropee lo nuestro. Si es necesario me enfrentaré con ella y le dejaré las cosas claras.

Poco tiempo después, a Irene comenzaron a ocurrirle cosas raras. Una mañana, las cuatro ruedas de su coche aparecieron pinchadas, precisamente el día que iba a visitar a su madre. Según la guardia civil, podía tratarse de una gamberrada, porque usted no tendrá enemigos declarados.

-Si, doña Matilde la boticaria.

-Señora, ¿estará de broma? No pensará que nos vamos a  creer que doña Matilde se dedica a pinchar ruedas. No levante falsos testimonios, se lo ruego. Investigaremos y ya le diremos algo.

Nunca le dijeron nada más.

Tuvo, ese día, que llamar a su madre y posponer la visita. Cuando volvió a verla y le contó lo ocurrido, su madre se preocupó:

-A ver si un día esos gamberros o lo que sean, te van a cortar los frenos.

-Mamá, ves demasiadas series de detectives.

A la semana siguiente, en la puerta de acceso a la oficina de correos apareció una pintada en letras rojas que decía: Aquí trabaja una puta robanovios.

-Es ella, la boticaria- les volvió a decir a los guardias que esta vez no eran los mismos de la otra vez, pero como si lo fueran.

-Señora, no invente. Piense lo que acaba de decir, y vera´que no tiene ningún sentido. ¿Tiene usted novio?

-Si.

-Puede ser alguna ex novia despechada.

-Seguro que no.

-No se puede descartar nada. Investigaremos y...

- Y ya le diremos-cortó Irene.

-Eso mismo, si-respondió el guardia.

-No se puede descartar nada, pero ellos descartan a doña Matilde, que no habrá venido en persona, pero que está detrás de todo esto, seguro.

-De todos modos-le dijo su amiga Clara-no vuelvas a señalar a la boticaria, porque van a pensar que le tienes manía o algo peor.

-Manía me la tiene ella a mi. Estos no deberían descartar la posibilidad de que ella tuviera algo que ver, máxime sabiendo lo que pasó con la directora del banco, que hasta le puso una denuncia...Ya van dos novias del ex de la niña que la señalan. Deberían atar cabos.

-A lo mejor lo hacen, quédate tranquila, pero no la acuses con nadie.


Una noche de jueves, Irene regresaba tarde de visitar a su madre. Había sido el cumpleaños a una amiga y ella la acompañó a la celebración. Solo había tomado una copa de cava, pero la tarta, de la que si había comido un buen trozo, no le había sentado del todo bien. Venía incómoda y a ratos, tenía un reflujo molesto. Por eso, conducía despacio, por eso, y porque la carretera era sinuosa y estrecha.

No se había cruzado con nadie, solamente la había adelantado un coche de modo un tanto temerario, en un tramo con linea continua.

-¡Gilipollas!

De pronto, a la altura de la vieja cantera, vio a una chica joven en la orilla que le hacía una seña sin mucho convencimiento. Irene detuvo el coche. La chica se aproximó sin prisa, como si recelara.

-Hola, ¿me puedes acercar al pueblo?

-Claro, sube.

-Gracias, no veía bien si eras hombre o mujer.

-Pues soy mujer.

Ambas rieron. Irene la miraba de soslayo, la joven parecía tranquila, pero a ella le gustaría saber qué hacía de noche en medio de aquella carretera tan poco transitada.

-Disculpa que te pregunte, pero, ¿que haces aquí a estas horas en mitad de la carretera? No veo que haya ningún coche averiado, ni nada...

-Viajaba con mi novio y tuvimos una pelea muy fuerte. Le dije que parara, que me apeaba. Paró y me bajé...Supongo que volverá a buscarme, pero no voy a esperar ahí sola.

-Desde luego que no.

-Gracias por parar.

-Faltaría más.

El resto del viaje lo hicieron en silencio. Irene no volvió a preguntar nada, por si resultaba molesta.

-Ya estamos llegando ¿donde quieres que te deje?

-Donde la farmacia me viene bien.

-¿Vives allí?

La joven no respondió, probablemente no la hubiera escuchado. Irene aparcó delante de la puerta de la  botica, que estaba cerrada ya y la chica se bajo.

-Gracias de nuevo por traerme.

-Vete a casa, no te quedes por aquí sola. Este es un pueblo tranquilo, pero por si acaso...

-Eso pienso hacer, gracias.

Irene le hizo un gesto de no se merecen y se fue.

-Hay que ver como son los jóvenes, riñe con el novio y se baja del coche en medio de la nada y de noche...

Ella nunca fue tan decidida, bueno, ni falta que le hizo.

-Lo cierto es que la cara de la chica me suena de algo. Tal vez la haya visto por ahí en algún momento.

 


 

 Continuará...

 

 

 

 

 

 

 

Romance de la media luna, último capitulo

 





El encuentro se organizó para la hora de la cena. El rey de Castilla, estaba en el Alcázar, y toda la corte se preparó para darle la bienvenida. Algunos miembros importantes de su séquito no acudirían por estar heridos, entre ellos, el infante don Hernando, su suegro. Pero su Guan, estaba ileso, como bien sabía, aunque probablemente esa noche no durmieran juntos. Ya se vería.

Estaba muy guapa, cuando entró al comedor. Doña Ramirez se había quedado muy satisfecha, cuando la vio arreglada para la cena. Por fin, había logrado sacarla adelante. El rey y la reina la recibieron con mucha amabilidad y fue el mismo rey quien la presentó a su sobrino don Juan, infante de Castilla.

La princesa le miró...y ¡oh sorpresa! Ese no era su Guan. Miró en torno suyo buscando al otro, pero no lo vio por parte alguna. A doña Ramirez casi le da un soponcio al ver a la niña dando la espalda a su prometido, buscando no se sabía bien el que.

-¿Que hace, esta insensata? ¿Pero que modales le han enseñado?

 El infante don Juan, el verdadero, salvó la situación. Le había gustado la elegida. Le había gustado incluso mucho, y se dirigió a ella tomándole la mano para besársela con delicadeza. A continuación se dirigió a su tío, el rey.

-Alteza, señor, mi prometida no habla apenas castellano y ahora mismo se haya muy perdida. Es muy niña, como veis y está azarada y nerviosa. Pido permiso a vuestra alteza para acompañarla a su sitio en la mesa.

-Concedido, concedido, Juan. Disfrutad de la cena. Si consideras que está cansada os retiráis sin más, cuando creas conveniente.

-Mil gracias, señor.

El infante, la atendió solicito durante todo el ágape. Ella, al principio,  apenas probó bocado. No entendía nada. Si este era Guan, ¿quién era el otro? Lo miraba de reojo. La verdad no era mal parecido. Era más alto, y más espigado. El otro Guan era más cuadrado, de constitución más recia, y un poco brusco. Este nuevo Guan, era muy cortés y parecía cariñoso. Terminó por gustarle. Tras la sorpresa del principio, comenzó a sentirse a gusto con el infante, tanto que le entraron ganas de comer, y dio buena cuenta del resto de los alimentos.

 



 

Tras la cena, mientras los juglares tocaban y cantaban y el vino corría en abundancia, el infante don Juan acompañó a su prometida hasta la puerta de sus aposentos, acompañados a prudente distancia por doña Ramirez y las doncellas de la princesa.. ¡Qué bien había salido todo! Hasta se habían gustado. La dueña estaba contenta, por la princesa a la que había tomado cariño, con lo mal que lo había pasado, y por el infante, al que había ayudado a criar, y que se había convertido en un hombre valiente y bueno, leal con su rey y con Castilla.

Ya en el umbral de alcoba, el infante don Guan, el verdadero, besó de nuevo la mano de su prometida, mirándola a los ojos, ella le hizo una ligera reverencia sin dejar  de mirarlo también.

El tiempo se detuvo unos segundos eternos, hasta que un grito ahogado primero, y un golpe después, les sobresaltaron.

-Alguien se ha caído, -dijo doña Ramirez, cuando el infante se volvió y la miró inquisitivo. -Alguno que ha bebido demasiado.

Hacía mucho frío en la noche castellana, cuando don Juan cruzaba el patio del Alcázar para llegar a sus aposentos. Su tío don Luis estaba increpando a un arcabucero.

-¿Que ocurre, señor?

 -¡Este imbécil, que ha matado a uno de mis criados moros!

-Le sorprendí trepado por la hiedra, hasta una de las ventanas de los aposentos de las infantas. Le disparé sin dudar.

-Bien hecho está don Luis. Ese hombre no tenía que estar ahí. Podía ser un peligro para mis hermanas y mis primas, incluso para mi prometida.

-Era un muchacho. Tenía curiosidad. Solamente eso. Sabía que son mis criados, debería haberme avisado.

-No sabía quién era, señor. Debéis creerme.

-Basta ya,  don Luis.

El infante se interpuso cuando su tío se dirigía a golpear al arcabucero.

-El soldado hizo lo correcto. No temas, está bien, puedes retirarte. Don Luis, será mejor que vengáis conmigo. Quitad ese cuerpo de ahí- ordenó a sus hombres.

 



Transcurrieron siete meses dichosos para todos desde la boda. La princesa era incluso feliz. El infante y su relación con él, rozaban la perfección y poco tenían que ver con las advertencias que le había hecho su madre de cómo podía ser todo en la corte castellana, en el peor de los casos. Se ve que le había tocado el lado bueno. Tampoco hubo grandes escaramuzas en el reino, con todo lo cual, pudo disfrutar de su señor y marido a placer. Así las cosas, se había quedado encinta de inmediato.
-Que buena puntería- había exclamado con entusiasmo doña Ramirez, al conocer la noticia-Va a ser un niño grande porque a la princesa ya se le nota la preñez.
Fue una tarde de esas de bochorno castellano, cuando la ahora infanta de Castilla, se puso de parto.

-¿De parto ya?-preguntó sorprendida doña Ramirez.

-El niño viene antes de tiempo.

-La verdad es que tiene mucho vientre. El niño va a ser grande.

-Oh señor, a ver si se nos muere, como la mayoría de las del norte. Son

muy estrechas de cadera, y con estos calores...

A la infanta nórdica de Castilla, le costó mucho trabajo dar a luz. El niño era enorme.

-¡Qué barbaridad! Menos mal que es sietemesino, si nace en su tiempo, no nace. Hemos tenido suerte.

El bebé era, en efecto, rollizo, moreno y llorón.

-Va a ser tragón- dijo doña Ramirez al ver como chupaba su dedo.- Seguro que la madre no tiene suficiente leche. Haz venir al ama que hemos buscado, por si acaso.

-¿Habéis visto esto?

-¿El que?

-Esta marca que tiene en la espalda. Parece una media luna. Lo cierto es que ya la he visto antes. La tiene el bebé de la infanta doña Margarita.

-Y la niña de la infanta Isabel también.

-Parece ser la nueva marca de la Casa de Borgoña.

-¡Que raro!- dijo doña Ramirez que había visto bebes de Borgoña desde tiempo inmemorial- yo no la había visto antes.

-A lo mejor, todos tienen un padre común...

Doña Ramirez, dio el comentario por no escuchado. Ella era la guardiana de la pureza en el Alcázar.

-Es una marca que ya tenía el bisabuelo del rey, lo acabo de recordar. No hay nada nuevo. No quiero oír ni una palabra más al respecto.

-¿Se la habíais visto vos?

Todas las damas rieron.

-He dicho que ni una palabra más. Todas a lo vuestro. Id a avisar al ama de cría.

-¿De dónde coño habrá salido esa marca?. Señora, habéis visto que niño tan hermoso tenéis, es un varón ¿Habéis previsto un nombre vos y el infante?

-Si nino. Alfonso como el gey. Si nina Matilde como geina.

-No se parece, de momento, a nadie. Pero los niños cambian. Tiene una marca en la espalda.

-¿Una magca? ¿Que magca?

-Una especie de media luna.

La infanta de Castilla, recordó  entonces al falso don Guan, al que había olvidado por completo. Tenía mala memoria, por eso no aprendía bien el castellano. No podía ser...pero si, lo mismo era...

A Doña Ramirez, le extrañó tanto silencio. De pronto recordó el episodio del moro que trepaba por las ventanas, uno de los criados de don Luis, el infante erudito, y tras la sorpresa, tuvo que ahogar un golpe de risa. Tanto elegir princesa en el norte, para tener una estirpe blanca como la nieve, y nacen los niños con la marca de la casa.

-Señora, con vuestro permiso, voy a informar a mi señor don Hernando, de que ha tenido un nieto.

Todo el Alcázar comentó las carcajadas de la dueña Ramirez, cuando iba por los corredores hasta el aposento de don Hernando.

-Mi señor. Ha nacido el niño. Se parece al padre.

-Es lo justo-contestó don Hernando.-Te veo muy contenta.

-Muchísimo, señor. Estoy encantada de la vida. Creo que las cosas han salido como tenían que salir. El Alcázar se ha llenado con nueva savia, como vuestra señoría quería. ¡Enhorabuena!- exclamó la dueña haciéndose a un lado para que saliera su señor a conocer a su nieto, Alfonso el puro, infante de Castilla...




Romance de la media luna

 








La dueña doña Ramirez estaba seriamente preocupada. Con todo el trabajo que había costado encontrar princesa que fuera del gusto de su señor, el hermano del rey de Castilla, y con todos los dineros, y los pactos, y las promesas de futuras alianzas, que había costado convencer al padre de la susodicha para que accediera a enviarla a la Corte, ocurría ahora que la niña había entrado en un proceso de melancolía o lo que fuera, y se había negado a comer, y no podía o no quería dormir, llorando noches enteras, con todo lo cual se le había ido poniendo muy, pero muy mala cara. Había adelgazado tanto, que su piel ya de por si traslúcida, permitía contar con claridad todos los huesos y sus ojos azules estaban siempre echando agua, que parecían dos fuentes de un salinero, decía una doncella andaluza, sin que doña Ramirez supiera muy bien a que se refería.

-Se nos deshidrata y va a parecer un cadáver, cuando llegue su futuro esposo. Además se le ha puesto una mueca extraña, como de dolor, o yo no se de que...

-Tiene cara de estreñía- decía la andaluza.

 -Claro, si no come ¿cómo va a cagar? No sé qué vamos a hacer con ella.

Debería haberla acompañado alguien de su familia, o por lo menos,

alguien de su servicio. No tenía que haber venido sola.

Ocurría, que su señor, el hermano del rey de Castilla, no toleraba a los criados de la princesa, todos venidos del aquel país tan del norte, de donde era oriunda la madre de la niña.

-No saben ni hablar castellano. Parece que hagan gárgaras cuando hablan. No los tolero, que venga sola. Aquí tenemos suficiente servicio. Iremos a buscarla y vendrá sola con nosotros.

El hermano del rey, mi señor don Hernando, que toleraba muy pocas cosas, eligió con esmero la novia para su hijo. Quería una princesa rubia, con la piel clara y los ojos azules,  proviniente de una estirpe con esas mismas condiciones; es decir, que fuera rubia blanquísima porque no pudiera ser de otro color. El padre descendía del mismo tronco que Ricardo Corazón de León, y la madre de una estirpe nórdica de reinas traslúcidas, que, al casarse con castellanos, o navarros, o napolitanos, iban muriendo al dar a luz, una tras otra.

Pero era lo mismo, mi señor don Hernando prefería una nuera muerta, antes que mezclada. Me explico: mi señor el infante, no estaba de acuerdo con las mezclas de razas. Se le ponían las barbas de punta, cuando miraba a uno cualquiera de los Abderramanes de Córdoba, con  sus cabellos negros, negrísimos, y sus ojos azules y su estatura más alta de lo normal, producto de la mezcla de los califas con nobles vasconas altas y rubias.

-Eso es una aberración. Nadie debe salirse de su raza. Antes prefiero muertos a mis hijos que mezclados. Muertos ¿me oyes? Los prefiero muertos.

Por otra parte, la princesa debería ser casta, pura, recatada, bien educada y casi niña, para que todo lo anterior fuera posible.

La niña princesa que les llegó, cumplía todos los requisitos, pero no contaron con que pudiera invadirle la melancolía, al verse sola en un lugar tan lejano, entre desconocidos con otras costumbres y otro idioma que apenas dominaba. Era muy difícil comunicarse con ella. Doña Ramirez había dado orden de que una de sus doncellas, niña también, durmiese con ella por si lo que tenía era miedo en aquellas noches castellanas tan largas.

Así transcurrieron semanas, y una buena noche, la princesa llorona se quedó dormida. Estaba extenuada, tras tanta llantina de desconsuelo. Durmió muchas horas y cuando se despertó, pidió a su doncella algo para comer. Lo pidió por señas, porque aun no sabía pedir comida en el idioma de Castilla. Desde que llegó no lo había necesitado.

 -Aleluya, aleluya- decía la dueña- Dios me ha escuchado, porque el

infante don Juan está a punto de llegar y esta muchacha no está presentable.

La princesa comió ese día y los sucesivos. Poco, porque parecía no gustarle la comida, pero lo suficiente para ir mejorando aunque más despacio de lo que doña Ramirez hubiera querido.

Una tarde, tras dar un paseo por los alrededores del Alcázar con sus

doncellas, la princesa deseó irse a su alcoba y quedarse a solas, para poder escribir a su madre. La dueña accedió de mala gana, no fuera que la misiva nos trajera de nuevo la morriña, pero no le quedó más remedio que obedecer.

Cuando la niña del norte, terminó el relato que hacía a su madre, un tanto edulcorado para que no se preocupara, se abrió de improviso, un ventanal de la alcoba y un joven moreno, con barba de varios días, y una extraña vestimenta, más colorida de lo normal en el Alcázar, apareció en el alféizar.

La princesa se puso de pie con sobresalto, pero de inmediato pensó que sería su prometido el infante don Guan, al que nunca había visto. Ella no sabía pronunciar la jota.

-Don Guan, ¿c´est vous?- preguntó mientras hacía una reverencia.

 ¿Por que entráis por la ventana?

Don Guan no dijo ni mu. Se la quedó mirando perplejo, para luego acercarse despacio, hasta quedar muy cerca. Entonces le tocó la rubia trenza, le miró con curiosidad el rostro pálido de grandes ojos azules y la examinó de arriba abajo con detenimiento. Tras un rato, que a la princesa se le hizo eterno, retrocedió y cerró la puerta por dentro. Cuando estuvo de nuevo a su altura, la tomó de la mano y la acercó al lecho.

La princesa, temblaba ligeramente. Lo que le había contado su madre

de como sería su encuentro con el príncipe no estaba coincidiendo en nada. Pero como sabía hasta la saciedad que debería obedecer a su futuro esposo en todo, se dejaba hacer, con mucha sorpresa y bastante temor.

Don Guan, le fue quitando la ropa, con dificultad. Tal vez, nunca hubiera desnudado a ninguna mujer antes. Antes de hacer lo mismo, o sea, quitarse la ropa, le acarició los pechos, bastante pequeños para su gusto, porque hizo como un gesto de contrariedad, al sobrarle mano por todos lados. Tal vez el tenga la mano demasiado grande, pensó con lógica la princesa, que no perdía detalle.

Don Guan continuó el manoseo, y fue cuando, al comenzar el besuqueo por el cuello, mordisco incluido, la princesa pensó que estaría más cómoda acostada y en un impulso, le quitó la ropa con bastante destreza, como si lo hubiera hecho antes a menudo, le cogió de la mano y se metieron ambos en la cama.

Estaban medio dormidos, cuando escucharon a la doncella llamar a la puerta y ¡oh cielos! Doña Ramirez también estaba al otro lado. El joven puso un dedo sobre sus labios y le hizo una serie de recomendaciones de las que la princesa no entendió ni media palabra. Es más, le pareció que hablaba diferente a como lo hacían el resto de gentes del Alcázar. Será que como es el infante, tendrá un lenguaje más depurado, pensó con su lógica aplastante. El supuesto infante de Castilla, se tiró de la cama, recogió sus ropas y medio desnudo, se fue por donde había venido, es decir, por la ventana.

-Habrá querido conocerme sin que nadie lo sepa, solo nosotros...

Que romántico, pensaba. Nada coincidía, en nada, con lo que su madre le había dicho. Mejor para ella. Algo bueno tenía que tener Castilla.

La princesa, comprendió que no debería decir nada de nada de lo ocurrido. Ni las doncellas deberían ver la cama revuelta con las mantas por el suelo. Parecía que se hubieran peleado, hasta sangre había en las sábanas.

Arregló todo en un pispás, y se dirigió a abrir la puerta poniendo mala cara.

-Je, enfegma. Sentag pas mal...-mientras hablaba como podía, hacía señas como si la comida le hubiera sentado mal.

-Claro llevaba días sin comer...Le traeré algo caliente y ligero. Un caldito. Pero que revoltijo de cama, por Dios, parece que se hubiera peleado con alguien. Y huele raro, abrid la ventana.

La princesa asintió metida en la cama. Lo cierto es que se le había abierto el apetito y esa noche pasó hambre, y durmió mal.

Al día siguiente, se las arregló para volver a estar a solas en su cuarto, por si volvía don Guan. Que si volvió, esa tarde y todas las tardes durante dos semanas. Tenía la piel oscura, unos ojos negros como un pozo, y en medio de la espalda, un poquito hacia la izquierda tenía una mancha en forma de media luna, que la tenía fascinada.

Ella le llamaba Guan y el se reía y le decía Ahmed, Ahmed. Y ella, claro, no entendía. No tenía facilidad para los idiomas.

Una mañana, doña Ramirez entró radiante en la alcoba.

-Alteza, hoy llega, por fin, el infante don Juan. El viaje pudo continuar tras haber estado un tiempo repeliendo moros en la sierra. El señor de Atienza les echó una mano, y vienen sanos y salvos. Por fin os vais a conocer.

 De todo lo que le dijo la dueña, solo entendió don Juan y que llegaba cabalgando por los aspavientos de doña Ramirez. Sonrió con picardía. Nadie sabía que ya se conocían.





Continuará...