Capítulo VII
Cenó
poco como era su costumbre. Pese a ello, durmió mal. Sólo pudo conciliar el
sueño a ratos. Continuaba receloso. Se levantó temprano y se dirigió a atender
a su cliente. Lo aseó, lo afeitó e hicieron los ejercicios muy suavemente,
porque el enfermo no estaba para muchos trotes; luego, lo cogió en brazos,
aunque alto pesaba bastante poco, y lo sentó en el sofá orejero. La silla de
ruedas era muy incómoda para alguien que apenas sostenía la cabeza. El hombre
no dejaba de observarle, hubo un momento en el que Félix creyó adivinar un
cierto temor en la mirada del anciano.
__Es normal, no me conoce y no se fía.
Se quedó pensativo, mirando al viejo.
__ ¿Y si resulta que me conoce? Ya no se qué
pensar.
En ese momento entraba Petra con el
desayuno.
Al final del pasillo estaba el cuarto de
baño que él utilizaba. A la derecha arrancaba la escalera de acceso al desván.
La puerta estaba cerrada. Notó que tenía puesto un grueso candado. Eso le llamó
la atención.
__Que extraño, ¿qué guardarán ahí arriba con
tanto secreto?
Le preguntó a Petra cuando dejaba la
habitación del señor, tras hacer la cama y se acercaba por el pasillo.
__ ¿Y esto?
Ella le miró fijamente y se encogió de
hombros, siguiendo su camino.. Félix apuró el paso y se puso delante:
___Hay un desván, es evidente. ¿Pero, por
que está cerrado el acceso?
Petra lo esquivó y bajó las escaleras.
Cuando Félix llegó a la cocina para desayunar tenía la pizarra delante de la
taza.
“¿A usted que le importa si hay o no desván,
ni porque está cerrado? Limítese a hacer su trabajo y déjenos en paz”.
Tenía toda la razón, pero no para Félix.
Decidió aparentar normalidad, era mejor no
levantar sospechas. Podría fingir indiferencia e investigar todo lo que le
diera la gana , aprovechando que Petra estuviera ocupada.
__Tiene razón mujer. Es que soy curioso por
naturaleza. No volverá a pasar.
Ella lo miró con desconfianza.
Los
días siguientes estudió las costumbres de la casa. Petra no se ausentaba nunca.
Una vez por semana por medio del
panadero, enviaba la lista de la compra al supermercado y éstos se la traían a
casa por la tarde. Lo encontró raro, porque ella conducía. Podría perfectamente
ausentarse para hacer la compra, sobre todo ahora que estaba él.
Vivian en medio del monte, casi aislados. La
mujer, no obstante, parecía tener una relación cordial con todo el mundo.
En la casa había hortalizas del huerto,
fruta, huevos y carne de conejo y pollo. En caso de emergencia podían
subsistir.
Si no fuera por el sueño, todo hubiera
estado bien, pero el hecho de llevar años soñando con el camino y el hombre,
hacía que cualquier cosa le infundiera sospechas. Probablemente fuera
premonición; quizá algo definitivo iba a ocurrirle en aquel lugar, a lo mejor
algo bueno. Pero él no lo creía así. Estaba convencido de que el sueño tenía
relación más bien con su pasado.
__Me estoy volviendo paranoico__ dijo para
sí, sin ningún convencimiento.
Por eso trazó un plan.
“Encontrar vestigios de la existencia de la
mula y los fardos. Pero, sobre todo, hallar
la llave de acceso al desván”. No sabía bien por qué, pero estaba seguro
que el desván desvelaría el misterio.
Investigó los cobertizos buscando la mula.
No la encontró. Solo estaba en el
primero el coche de la familia y en el otro, varios toneles de roble,
probablemente de cuando hacían vino, apilados en un lateral. En la granja, en
estos momentos, no había más animales que gallinas y conejos. En el que hacía
las veces de garaje, en un anexo cerrado, encontró una antigua Isocarro. Cuando era niño veía una igual pasar a menudo
por la carretera de detrás de su casa.
__Menuda reliquia.
Había también una bicicleta con las ruedas
pinchadas y multitud de objetos en una estantería adosada a la pared del fondo.
Herramientas, una manguera de riego, antiguos motores sumergibles inservibles
(posiblemente de extraer agua del aljibe) y una caja estanca colocada allí hacía
poco porque resaltaba entre todo lo demás, viejo y polvoriento. Una gran
variedad de aperos de labranza contemplaban el paso del tiempo apoyados
cómodamente en la pared.
La antigua cuadra, estaba vacía. No era muy
amplia, cabrían dos o tres animales. Se notaba que llevaba tiempo sin ser
habitada. Estaba decorada por telas de araña de todos los tamaños y espesores,
la mayoría ennegrecidas por el paso del tiempo. Colgaban a diferentes
alturas. De algunas quedaban ya
solamente jirones. Era como el escenario de un teatro abandonado, en el los
telones se hubieran ido superponiendo, hasta el fondo. Había un altillo lleno
de paja vieja con una escalera muy rudimentaria de madera para acceder. Subió
con cuidado, tras apartar las telarañas; algunos peldaños estaban podridos.
Cogió una horca y se dedico a buscar entre el heno ya rancio y casi convertido
en polvo. Comenzó a picarle la garganta y la nariz y a estornudar. Estaba próximo a sentirse ridículo cuando
tropezó con un obstáculo, retiró la paja a toda prisa, apartando la cara para
esquivar el polvo, y ante su asombro un tanto receloso, apareció algo que le
erizó la piel: ¡la silla y los fardos!
Iguales a
los que veía en el sueño.
Había algo más: la manta que los tapaba .
Sucia, rota y descolorida, pero era la frazada que él viera en su pesadilla.
Seguro.
__Seguro, estoy seguro.
Estuvo a punto de gritar llamando a Petra,
pero se contuvo.
__No seas idiota. ¿Para qué llamarla?
Pareces tonto.
No debía conocer sus sospechas bajo ningún concepto.
Comenzaba a considerar peligrosa la situación.
Se quedó un rato pensativo. Volvió a dejarlo
todo como lo había encontrado.
__Petra no debe ni imaginar que he estado
aquí.
Ella
lo estaba observando tras los verdosos cristales de la ventana. Cuando vio que
bajaba del altillo, se fue a toda prisa hacia la casa.
Esa noche no durmió apenas. Hacía viento.
Imaginaba oír pasos por el desván y un
sonido como si arrastraran cadenas.
Se rió de sí mismo: __estás bastante
paranoico; es muy obvio lo de las cadenas y los fantasmas…__Casi de madrugada
consiguió que el sueño lo visitara. Fue una especie de duermevela. En medio del
sopor creyó ver una mujer rubia a los pies de la cama que lo observaba y le
decía: __Gerardo, Gerardo…estoy abajo,
abajo…
Abrió los ojos; no había nadie. No obstante
se levantó, echó un vistazo al enfermo que parecía dormir y bajó. Tampoco había
nadie allí. Todo estaba a oscuras y tranquilo. Volvió a subir. Se quedó un rato
mirando la puerta del desván. El candado era muy grueso. Podía probar con una
sierra de metales, pero haría demasiado ruido y además, Petra vería el candado
serrado y se descubriría todo. Se acostó, pero ya fue imposible volver a
dormir.
__¿Estaré teniendo alucinaciones por la paranoia
que me ha entrado? Lo cierto es que desde que vi el camino y luego al viejo,
tengo la seguridad de que este lugar encierra algo que tiene que ver mucho
conmigo.
Rebobinó la secuencia del viaje varias
veces. Pensó en la puerta candada y en la misteriosa Petra. ¿De dónde habría
salido? ¿Desde cuándo estaría en la casa?
¿No tendría familia?
__Que extraño es todo esto. ¿Le habrán
arrancado la lengua para que no cuente nada de la casa? Sin embargo, tiene
fervor por el viejo.
El día siguiente transcurrió como el
anterior. La misma rutina. Por la tarde llamó Marta.
__ ¿Estás tan ocupado que ni siquiera llamas
para contarme como va todo?
__Todo va bien. No te preocupes.
__ ¿Cómo es el enfermo?
__Viejo
__Desde luego, que borde eres, si no fuera
lo bien que follas…
Hablaron un cuarto de hora. Marta sugirió ir
un fin de semana a verlo. Quedaron en que él la avisaría. Respiró aliviado
cuando colgó. Tenía prisa por seguir con sus planes.
Continuará...
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