A petición de los lectores y hasta el final del relato, publicaré dos capítulos
semanales: lunes y jueves.
Gracias.
Capítulo VI
Nube/ Viorel Sánchez 1992 |
Se dispuso a hacer la maleta. No tenía costumbre y
no sabía muy bien que debería meter. Puso, aparte de lo esencial, toda la ropa
de invierno. Fue imposible cerrar la cremallera. Sacó unas camisas y un par de chaquetas de lana y las metió en
una bolsa de Galerías Preciados.
Perfecto.
Ya estaba preparado. Decidió marcharse. Era pronto aún, comería algo por ahí y
emprendería viaje. No sabía bien porqué pero tenía ganas de llegar a su nuevo
destino.
Almorzó en
un bar cercano a su domicilio. Frugalmente, como solía y se puso en camino. Se
notó intranquilo, inquieto, como expectante.
Sintió alivio al recordar que tendría que
quedarse en el campo y no podría regresar a diario. Dormir con Marta de vez en
cuando estaba bien, pero todas las noches ya se le antojaba excesivo.
El nuevo
enfermo no tenía familia. Vivía en una especie de granja a bastantes kilómetros de la ciudad. No quería abandonar
su casa. La mujer que lo acompañaba había entregado un escrito a las asistentes
sociales en el cual el viejo disponía que, en caso de no recuperarse totalmente
le buscaran alguien que lo atendiera las 24 horas. Ellas se pusieron en
contacto con Marta.
Salió de
la pequeña ciudad y antes de llegar a la recién inaugurada autopista, dobló a
la derecha, justo por detrás de su antigua casa. Le echó un vistazo de soslayo.
No sabía quién se la había quedado. Se notaba el abandono. Por el retrovisor
vio como el tejado estaba medio ruinoso. Faltaban tejas y las tablas asomaban a
trechos; algunas habían desaparecido también,
podridas por la intemperie. Los
árboles, por el contrario crecían exuberantes, como si se alimentaran de la
mansión. El contraste era estremecedor. Se alegró cuando la perdió de vista.
Continuó por la vieja carretera unos veinte kilómetros, antes de coger un
desvió a la izquierda. No se cruzó con ningún vehículo.
Unos
metros más allá del puente medieval, que permitía sortear el riachuelo de
montaña aún con poco caudal y luego de una pronunciada curva, lo que se
presentó ante sus ojos le hizo detenerse en seco.
No se lo
podía creer.
¡Era el
camino!
¡El camino
que tantas noches había visto en sueños Con su suelo de tierra y las hileras de
árboles. Se quedó atónito. Era real. Estaba ahí. Tan cerca de donde había
vivido.
Sintió una
lengua de lava ardiente que le recorría la espina dorsal, quemándole.
Después de un rato de contemplar absorto la
senda arbolada que tenía delante, notó que un sudor frío le estaba dejando
yerto. Paró el motor y salió del coche. Se plantó en el centro del camino y
estuvo un rato pensativo. Esperaba que de la misma manera que avanzaba en el
sueño, retrocediera de un momento a otro y desapareciera. Se retiró hacia atrás
por si acaso, parpadeando. Pero, el sendero continuaba obstinado en su sitio.
No había
brisa y las ramas de los árboles no se movían. Sin señales de vida animada,
realmente parecía un decorado.
__De un
momento a otro se pondrá en movimiento, aparecerá el hombre y la mula y
despertaré.
Pero no
ocurrió nada de eso. No estaba en su pesadilla. Esto era real.
Le dieron
ganas de irse a toda prisa, de salir
corriendo. Fue un instante irracional.
Trató de tranquilizarse, pensando que quizá en algún momento durante su
primera infancia, hubiera visto el camino y la imagen se le quedó grabada en el
subconsciente. Era un sendero peculiar y los árboles altos y frondosos, como
guardianes a ambos lados, le daban un aspecto solemne, incluso
inquietante, que pudo haberle dejado
marcado. El era asustadizo de pequeño y dado a imaginar historias de otros
mundos, con cualquier cosa que se saliera un poco de su rutina.
Estaba
como petrificado, absorto por completo en sus pensamientos, dudando entre
seguir viaje o salir huyendo.
Sin
embargo, optó por subir de nuevo al coche y continuar. ¿Qué iba a decirle a
Marta si volviera, que había visto antes en sueños el lugar y se había
asustado? Menuda bronca le esperaba. Además no podía andarse con bromas. No
tenía otro trabajo. Por eso, después de dudar bastante, arrancó y enfiló la
conocida senda, mirando receloso por el espejo, no fuera a enrollarse sobre si
misma y a e engullirlo. Lamentó, por vez primera, haberse dejado convencer para abandonar la
mueblería. El yernísimo le parecía en este momento, mucho mejor que todo
aquello.
El camino
era rectilíneo durante un buen trecho,
parecía no acabar nunca. Luego torcía a la derecha y al poco, se
divisaba la casa. Los árboles, que lo flanqueaban entero, no eran solamente dos
hileras como parecía en el sueño: era un bosque partido al medio por el camino.
Ambos terminaban bruscamente en la explanada delante de la casa.
Del hombre
y la mula no había ni rastro. No sabía si era mejor o peor.
La
vivienda era de dos plantas más desván, porque observó que tenía solanas en el
tejado. Estaba un poco falta de pintura, pero no tenía mal aspecto. Por detrás
asomaba sobre el tejado el depósito del agua, como una torre vigía. A la
izquierda había un amplio cobertizo que hacía las veces de garaje y un pequeño
huerto con hortalizas. El resto era campo seco y peñascoso. Contrastaba con el
verde de la arboleda.
Aparcó
cerca de la puerta principal. Una ambulancia estaba justo delante. Dos
empleados salían de la casa en ese momento, les acompañaba una mujer joven aún
que al ver al recién llegado se quedó esperando en la puerta.
Félix recogió sus cosas y se dispuso a entrar.
Saludó a la mujer que se lo quedó mirando y le hizo una seña para que la
siguiera.
Mientras
caminaba detrás de ella, pensó que sería la hija del enfermo, pero recordó que
Marta le había dicho que no tenía familia.
__Será la
sirvienta.
Sin decir
una palabra lo condujo hasta la planta superior, se paró delante de una puerta
y le hizo otra señal para que entrara. Una vez dentro le quitó la maleta de la
mano y le empujó de nuevo hacia la puerta.
__ ¿No
sería más fácil si me dijera lo que debo
hacer?
La
mujer se dio la vuelta y soltó un
gruñido gutural.
__Espere
un momento. ¿No puede hablar?
Negó con
la cabeza sin mirarle siquiera.
__Pero si
oye perfectamente__ se dijo a sí mismo en voz alta.
La muda se
paró delante de otra puerta situada en frente de la anterior y le invitó a
entrar con la cabeza.
__Que
divertido va a ser esto__ dijo para sí.
Félix
traspasó el umbral y se quedó mirando el cuarto. Era una habitación no muy amplia;
en frente estaba la ventana y en el lado izquierdo la cama con el paciente, una
mesilla de noche, una butaca y una silla de ruedas. En el lado derecho un
armario ropero, ocupaba casi toda la pared.
Se acercó
para echar un vistazo al enfermo y saludar. Se quedó paralizado y confuso. Un
nuevo escalofrío le recorrió de la nuca a los talones y el vello se le erizó en
cada poro de la piel. No podía ser verdad.
¡Era él!
¡El hombre
que veía en su sueño conduciendo la mula! Con más edad, pero él seguro. Alto,
aunque menos corpulento por la enfermedad, con el pelo pajizo y la cara llena
de pecas. Avanzó titubeante hasta el sillón y se sentó sin dejar de mirar al
enfermo que también lo contemplaba sin pestañear.
La mujer,
ajena a todo, le puso una pizarra delante de los ojos:
“No puede
hablar. Hay que darle la medicación que tiene ahí pautada en esa hoja sobre la
mesita. Come con dificultad solamente dieta blanda. Como ve tiene puesta una
vía. Yo vivo aquí también. No puedo hablar, pero oigo perfectamente. Cualquier
cosa que necesite me llama. Soy Petra”.
Félix
estaba demasiado aturdido, dejó la pizarra y cogió la hoja con las
instrucciones para los medicamentos. Comprobó que estaban todos y los colocó en el orden en el que debía
dárselos. Volvió a mirar al hombre que no le había quitado la vista de encima.
Hizo un esfuerzo para dirigirse a él y que sonara natural.
__Me llamo
Félix. Soy quien va a cuidarle. Ya nos iremos conociendo.
Se
levantó, y se dirigió a la habitación donde había dejado el equipaje. Se sentó
en la cama. Estaba un poco mareado. Aspiró aire profundamente. ¡Qué extraño era
todo! Se había topado de pronto, no sólo con el camino, sino también con el
hombre. Si hubiera soñado con ellos por vez primera en las últimas semanas, entraría
dentro de lo posible. A veces sucede que tenemos sueños premonitorios de lo que
nos va a suceder en unos días; pero llevaba viéndolos hacía por lo menos,
treinta años. No era normal. Algo muy definitivo tendría que significar.
No sabía
bien qué hacer. Incluso comenzó a sentir algo parecido al miedo. Aquella casa
perdida en medio del campo, lejos de todo. El camino que ahora le parecía
siniestro, el viejo…que por lo menos no podía hacerle daño, en la situación en
la que estaba. La muda. No le faltaba ningún ingrediente a la situación.
Consiguió
calmarse. Era lo bueno que tenía. Había vivido tantas situaciones peculiares,
que cualquier anomalía, al cabo de un rato le parecía normal. La inquietud dejó
pues, paso a la curiosidad. Deshizo el equipaje, echó un vistazo al enfermo
desde la puerta y bajó a hablar con Petra. Antes curioseó en el comedor y la
salita, que junto con la cocina conformaban la planta baja. Le llamó la
atención una fotocopiadora que descansaba sobre una mesa al lado de la tele. Era
un modelo muy moderno exactamente igual a la que tenía Marta en la oficina.
__¿Para qué
querrán aquí este aparato? Nunca lo he visto en sueños, que yo recuerde.
Encontró a
la sirvienta preparando la cena. La cocina era grande, le recordó la de su antigua
casa. Pero esta relucía de limpia. Había multitud de cacharros de cobre que
brillaban con el sol de la tarde, proporcionando a la estancia una agradable y
cálida tonalidad rojiza.
__¿Lleva
mucho tiempo aquí?
Petra
asintió.
__¿El
viejo siempre vivió solo?
Dudó un
momento y negó con la cabeza.
__¿Estuvo
casado?
La
sirvienta o no le oyó o fingió no oírle. Salió por la puerta de atrás y se
dirigió al corral.
Félix se
asomó a la puerta. En la parte trasera había un gallinero y otra construcción
que no se veía desde el frente de la casa. Parecía una antigua cuadra. Algo
llamó su atención. Ya lo había observado desde arriba. Todo estaba seco, pero
delante de sus ojos tenía un trozo de campo, una especie de pradera, con un
roble en el centro y una hierba bastante alta y de un verde exuberante.
__¿Cómo es
que está ese trozo tan fértil?
Ella pasó
por su lado sin responder; cuando él entró, tenía la respuesta en la pizarra:
“Ahí echamos el estiércol de los conejos. No me pregunte sobre la vida privada
del señor. ¿A usted que le importa?”
Continuará...
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