Capítulo IX
Al
día siguiente tenía el plan perfectamente trazado. No cabía otra opción.
La
salud del viejo pareció resentirse esa misma mañana. Petra lo encontró muy
agitado cuando subió a verlo. No tenía por costumbre presentarse en la
habitación de Higinio fuera de los horarios de las comidas. Pero estaba
preocupada. El día anterior ya lo observó muy inquieto. Félix apareció en el
cuarto detrás de ella.
Le
tomó el pulso y la tensión. Ambos habían aumentado. El enfermo intentaba
llevarse el brazo al pecho y se retorcía como si tuviera una fuerte molestia.
__ ¿Tiene dolor precordial? Cierre los ojos
si es que si
El viejo obedeció con prontitud. Félix le puso una cafinitrina bajo la lengua.
__No se inquiete Petra. Se calmará dentro de
un rato.
Una vez su paciente se recuperó y quedó
relajado, bajó a desayunar. Ella le sirvió como cada día. Antes de que él terminara se dirigió al
corral a dar de comer a los animales.
Cuando acabó su tarea y se dio la vuelta,
apenas tuvo tiempo de sobresaltarse al ver a Félix justo detrás. Este le dio un
certero y efectivo puñetazo en el rostro que le hizo perder el sentido.
Despertó en la cama atada de pies y manos.
Era
viernes.
El no perdió tiempo.
Trepó por la vieja escalera
hasta lo alto de la plataforma.
Bajo el brazo llevaba una más pequeña, metálica y ligera, de uso
doméstico que había descubierto en la despensa de la casa. Cuando estuvo
arriba, la apostó contra la pared, le faltaban unos cuarenta o cincuenta
centímetros para llegar al borde, pero serviría. Ascendió unos peldaños, retiró la tapa y miró
dentro. Estaba oscuro. El cielo también se había oscurecido de repente. El sol
otoñal de la mañana se dejó ocultar por las orondas nubes que precedían, como avanzadilla,
a la tormenta. Difícil ver la caja que, además, era negra. El agua permanecía
un metro por debajo del nivel total.
Subió un poco más y miró de nuevo. Se
encaramó sobre el borde, tanto, que estuvo a punto de caer de cabeza. Ni
rastro.
Decidió bajar; se fue a la casa y abrió todos
los grifos. Cuando el agua dejo de correr, trepó de nuevo al tanque. Una vez
arriba, se detuvo a pensar un momento: era preferible retirar la tapa por
completo, no fuera a ser que el viento que había comenzado a soplar con fuerza,
la moviera hacia delante y le impidiera salir. No lo creía probable, pero, por
si acaso. La empujó demasiado fuerte y una ráfaga ayudó a tirarla al suelo,
produciendo un escandaloso estruendo, que al chocar contras las piedras, sonó
como una explosión.
Petra
y el viejo la oyeron desde sus respectivas habitaciones. Incluso Félix se
sobresaltó.
Se
puso las botas de agua. Arriba de nuevo, se sentó a horcajadas en el borde del
depósito, izó la escalera y la introdujo en el interior, poniendo mucho cuidado
para no caerse. El viento arreciaba.
__Debí atarme con una cuerda, como prevención.
Había muy poca agua, apenas unos treinta
centímetros. Bajó de espalda a la pared. Una vez dentro, fue fácil encontrar la
caja. Cuando iba a emprender el ascenso, algo llamó su atención. Parecía otra
caja. Estaba como un metro más allá. Caminó arrastrando los pies por el limo
del fondo hasta llegar a ella. En efecto era otra caja estanca. Rebuscó por si
hubiera más. No encontró ninguna otra. Las cogió y salió del depósito. Respiró
profundamente cuando se vio fuera.
Una vez en la plataforma y al disponerse a
retirarla, la escalera salió volando empujada por el viento, obligando a Félix
a apartarse rápidamente para no verse golpeado.
__Por poco. He tenido suerte__ pensó,
mientras se pegaba a la pared del tanque
para evitar que una ráfaga lo derribara también.
__¡Dichoso viento!
Se agachó para protegerse del temporal que
arreciaba y se asió con fuerza al final de la escala de acceso. Comenzó a
descender. La bajada era difícil y lenta con ambas cajas en una mano. El viento
lo zarandeaba. A media altura las dejó caer. Necesitaba las dos manos para
sujetarse.
Se
dirigió con prisa hacía la casa. Las nubes iban cambiando de color. Ahora eran
gris oscuro casi negro y estaban cargadas de agua. Algunas gotas, no podían
contener la prisa y comenzaban a desprenderse. Eran enormes y formaban círculos
al estamparse contra el suelo.
En la cocina colocó las cajas sobre la encimera de mármol para
proceder a abrirlas
En
ese momento sonó el teléfono.
Era Marta hecha un basilisco.
__ ¿Estás tonto o qué? ¿Por qué no me has
llamado? Pienso ir mañana a verte sin falta.
__Imposible__ dijo él con tranquilidad.
__ ¿Cómo que imposible?
__El viejo ha empeorado y yo no puedo
despegarme de su lado. Además cualquier pequeña alteración le molesta y le
agrava. O sea que no puedes ni aparecer por la habitación porque le daría un
sincope. Mira, yo te llamaré. De todos modos no creo que Higinio dure mucho.
Quizá mañana tengamos que internarlo de nuevo…
__Es que tengo ganas de verte
__Yo también__ mintió Félix.__ Estoy casi
seguro de que tendremos que llevarlo al hospital. Entonces te llamaré.
__Te echo de menos en la cama…
Lo que faltaba. Ahora se iba a poner
erótica. Decidió cortar por lo sano.
__Marta, tengo que dejarte. No puedo
perderlo de vista. Además es la hora de la medicación. Estoy aquí haciendo un
trabajo ¿recuerdas? Y no se puede tomar a la ligera la salud de los pacientes.
__Que sieso eres.
__Me pagas para que haga bien mi trabajo
¿No?
__Vale. No dejes de llamarme. Besitos donde tú
ya sabes…
¡Qué pesada por dios!. Colgó y se dirigió a
terminar el otro trabajo.
Una vez abierta la caja del libro ( lo sabía
porque estaba limpia a diferencia de la otra que llevaba más tiempo dentro del
agua), levantó la tapa. Allí estaba, en efecto.
Al cogerlo vio que debajo había una llave
pequeña como de candado y otra que en principio no identificó con claridad,
pero que pudiera ser para esposas o
grilletes. Recordó entonces la argolla que había visto tras la cama del viejo.
__Aquí sucedió alguna cosa rara, muy rara, que tiene que ver con mi
sueño. No sé de que manera me concierne, pero creo que ocurrió algo terrible. Y
sea lo que sea, la muda lo sabe.
Con las manos temblorosas abrió el libro y
comenzó a leer:
Hoy he decidido empezar el
negocio. Hay tres niños en la casa y conozco tres familias dispuestas a pagar
una buena cantidad por cada uno de ellos. Estas dos tontas no quieren que los
venda, peor para ellas. Eso me obligará a tomar una determinación que no
hubiera sido necesaria si fueran razonables. Pero las mujeres se ponen
intratables con ese dichoso instinto maternal. No pensarán las muy imbéciles
que voy a trabajar para mantenerlas a
ella y a esos gritones voraces. Mañana cerraré el trato y
si todo sale como espero comenzaré un negocio muy productivo. Ya hay otro
mocoso en camino…
A partir de ahí, comenzaba lo que parecía
simple contabilidad. La letra era
pequeña y abigarrada para que todo cupiera en el menor espacio posible. Además
estaba borrosa sobre todo al principio, por el paso del tiempo. Enrolló la
páginas y las fue pasando para comprobar cuantas ocupaban la relación de las
ventas. Observó que al final había unas notas como un resumen de algo. Decidió
leerlo antes de continuar.
Tuvo que cerrar el libro. Arriba sonó un
golpe como si alguien se hubiera caído de la cama.
Subió las escaleras de dos en dos y se
dirigió a la habitación de Petra. Efectivamente se había caído. Posiblemente tratando de
levantarse para ir al baño. Se lo había hecho todo encima.
La levantó y la empujó de nuevo sobre el
lecho.
__Quédate así hasta que yo vuelva. De lo
contrario te partiré la cara.
Volvió a la cocina y cogió las llaves. Como
había pensado, la pequeña abría el candado.
Subió al desván. El corazón le latía con fuerza. Había otra puerta, la
empujó y se encontró con algo inesperado y desconcertante. Estaba seguro de que
allí se escondía la clave, pero no se figuraba ese horror. Y era sólo el
principio.
El desván era grande, toda la superficie de la casa. Las ventanas
de las solanas estaban tapiadas. El techo estaba forrado toscamente de tabléx
de modo que no sobresalieran las vigas.
__Por si alguna sentía tentaciones de
colgarse…
Había tres camas metálicas, como de
hospital, a cada lado de un pasillo central, con sus correspondientes mesitas. Le
llamó la atención una vieja máquina de coser a los pies de una de ellas.
__Así que fueron más de dos. Aumentó el
negocio. ¿Y la máquina? Este era capaz de obligarlas además a trabajar para él.
A la derecha de la puerta un tabique a media
altura hacía las veces de rudimentario biombo, ocultando detrás un aseo con lo
esencial. Al fondo, lo mismo, pero a la izquierda.
Al lado de cada cama una argolla empotrada
en la pared sostenía una cadena soldada a ella. Cada una descansaba en el suelo
en este momento. En el otro extremo tenía un grillete.
Cogió el más próximo e introdujo la llave
universal que contenía la caja. Se abrió con un ligero chirrido.
Se sentó en el suelo, al principio del
pasillo e imaginó el resto. Las mujeres sujetas a la pared por una cadena y con
el grillete en el tobillo. ¿ Como pudieron pasar estas cosas? Recordó a las que
su padre llevaba a la casa. Eran años difíciles. El nació a finales de los
cuarenta. Las guerras habían terminado
no hacía mucho. Por aquella pequeña ciudad casi en la frontera pasaban todo
tipo de gentes. Eran tiempos duros de hambre y persecución. Cada cual tenía
suficiente con sobrevivir. Si alguien desaparecía sin dejar rastro, nadie hacía
demasiadas preguntas.
Por un momento creyó verlas: seis mujeres
encadenadas, esperando ser violadas y una vez embarazadas, esperando de nuevo
durante nueve meses para que les quiten el hijo y vuelta a empezar. Aguardando
un milagro que no llegaba. Ayudándose y confortándose las unas a las otras.
Sin esperanza.
__Supongo que las violaría abajo. Aquí sería
imposible, las otras se le echarían encima.
El mismo horror, la misma vileza tantas veces
repetida que, posiblemente, las hizo acostumbrarse y ver lo irremediable como
natural.
Conformándose con lo que estaban viviendo.
Es un mecanismo de defensa. Él lo sabía
perfectamente. Además la sumisión anula las voluntades y algunas personas terminan
por creer que se merecen lo que les está pasando. Un buen ejemplo es el famoso
síndrome de Estocolmo en el que los rehenes terminan por colaborar con los secuestradores.
__Somos muy complicados los humanos.
Aunque, quizá no todas aquellas mujeres
reaccionaran igual…Pensó en la rubia que vio en sueños. La vio dando ánimos a
las más débiles. No sabía por qué, pero se la imaginaba más fuerte, de esa
clase de gente que jamás se doblega por mucho que la humillen, de esa clase de
gente hecha de una pasta especial.
__Que mala suerte ha tenido….__pensó
mientras se levantaba.
Reparó que sobre la pared- biombo que estaba
a su lado colgaba otra cadena terminada
en grillete en ambos extremos.
__Esta es la de las violaciones.
Con ella en la mano regresó a la habitación
de la muda.
Le soltó las ataduras de los pies y le
encajó el grillete.
__Levántate. Vamos al baño, te aseas y luego hablaremos.
Encajó el grillete del otro extremo en el
radiador y ordenó a Petra abrir el grifo. No había agua.
__Voy a llenar el depósito. En cuanto salga
agua, te vas lavando y no hagas tonterías.
Bajó
y accionó el interruptor en la cocina. El motor se puso en marcha. Calculó unos
quince minutos más o menos. Había comenzado a llover con ganas. Las fuertes
rachas de viento arrastraban las últimas hojas de los árboles y las mezclaban
con la lluvia, formando vistosos molinillos de colores. Empezó a tronar. Cuando
el agua rebosó por encima del tanque, desconectó el motor. Subió al primer piso
y se asomó al baño, para ver que hacía la sirvienta. Estaba de pie en la
bañera. No hizo ningún ademán de taparse cuando entró Félix. Al sacarse la
ropa, las bragas y la falda se habían quedado colgando de la cadena como en un
tendedero. Félix entró, abrió el extremo del grillete y las dejó caer.
__Volveré dentro de un rato y haré lo mismo
para que puedas vestirte.
Hasta ese momento no había reparado en que
Petra era una mujer.
Continuará,,,
No hay comentarios:
Publicar un comentario