Capítulo IV
Félix
se dirigió a su habitación a hacer la cama. Tenía que dejar todo limpio y
recogido. No sabía cuando iba a volver. Había dormido solo. Desde que Marta
enviudó compartían casi todas las
noches. Pero ella se había tenido que ausentar por papeleo y él había preferido
pasar la noche en su casa. Además tenía que preparar algo de equipaje.
Los acontecimientos se habían precipitado.
El marido de Marta falleció de modo imprevisible en un accidente de
circulación. Un hombre se desvaneció al volante de su coche y éste, sin rumbo,
invadió el carril contrario. Jesús lo vio, pero no pudo evitar la colisión.
Fallecieron los dos en el acto. Fue un mazazo. Marta quería mucho a su marido.
Buscaba en otros hombres mejorar su vida sexual, pero el amor por Jesús era
indiscutible.
Unos días después del entierro, Félix la
visitó en su casa. Se sentía totalmente desamparada. No sabía estar sola. Le
pidió que se viniera a vivir con ella. A él le pareció demasiado pronto. Además
no le apetecía convivir con una mujer. Acostarse era una cosa pero vivir
juntos…era diferente. Quería conservar su libertad.
Acordaron que se mudara al apartamento de la
madre, que estaba en el mismo edificio. Así podrían pasar juntos las noches,
sin dar lugar a murmuraciones.
Poco
a poco, Marta le fue convenciendo para que trabajara con ella.
__Tengo algo perfecto para ti. Un anciano al
que hay que asear, afeitar, mover de la cama a la silla de ruedas y sacar a
pasear un rato. Darle las comidas y a la noche volver a meterlo en la cama.
Para esa hora, ya está su hijo en casa. Te pagaré bastante más de lo que ganas
en la mueblería.
Aceptó. Ya no podía hacer otra cosa.
La vida con la que fuera su nueva familia,
era cada vez más difícil y no sólo para él. Don Antonio y su mujer sufrían
también con la hostilidad que su yerno le demostraba. Así que una mañana se
armó de valor y se lo dijo al jefe. Este sintió algo entre sorpresa y alivio.
No obstante, quería mucho a Félix. Se interesó de verdad por su nuevo trabajo.
__Si las cosas no te van bien, puedes
volver. Siempre habrá un puesto aquí para ti.
Félix
sabía de sobra que no era cierto. El yerno era quien decidía. Se asombraba de
la habilidad que tienen algunas personas para manipular a los demás. Pero se lo
agradeció de todos modos.
Su primer paciente fue un hombre de 75 años
que había sufrido un ictus. El trabajo consistía en asearle en la cama, hacerle
unos ejercicios básicos de rehabilitación para evitar la pérdida de masa
muscular y sentarlo en la silla de ruedas. Si hacía bueno lo llevaba a dar un
paseo y tomar un poco el sol a un parque cercano. Cuando llovía se quedaban en
casa. El viejo hablaba con cierta dificultad, pero se le entendía; era un buen
conversador y le refería historias de su juventud, principalmente de cuando
hizo la guerra.
La guerra. Estaba presente en cada familia.
No obstante, le escuchaba con gusto. La casa
era confortable y el hombre se quedaba dormido después de comer, durante varias
horas. El trabajo era absolutamente llevadero. Había una mujer que hacía la
limpieza y la comida y se iba a la tarde dejando la cena para los tres
preparada. Para entonces ya había regresado su hijo.
Félix le ayudaba a comer. El hombre tenía la
parte derecha medio paralizada y con la
izquierda no se arreglaba bien, sobre todo para utilizar la cuchara. La cena se
la daba el hijo. Este insistió en que Félix cenara también en la casa. Antes,
acostaban al viejo. Hacían una sobremesa corta, porque el joven tenía que
madrugar y luego, él regresaba a dormir a casa de Marta.
Hizo buenas migas con el hijo, casi de su
misma edad. Sentía devoción por su viejo. Viudo desde joven había sido padre y
madre para el muchacho. Aunque tuvo muchas oportunidades y todo el mundo se lo
aconsejaba, no quiso volver a casarse. No quería que ninguna mujer se ocupara
del niño al que hubiera debido criar su verdadera madre; el destino o quien
quiera que sea el que decide, se empeñó en llevársela, pero él seguía
reservándole en la vida de ambos, el sitio que le pertenecía solamente a ella.
Félix hizo la comparativa con su familia. No
lo pudo evitar. En esa época ya estaba seguro de que aquellos con los que vivió
no fueron sus padres verdaderos. Por alguna circunstancia, que desconocía, se
hicieron cargo de él, pero ni lo concibieron, ni lo parieron. En consecuencia,
tampoco lo quisieron. Este razonamiento tan simple le bastaba para estar
convencido a pies juntillas.
Cuando murió el padre, renunció a la
herencia, por consejo de los abogados, ya que las deudas de su progenitor
rebasaban con creces el monto de lo dejado. Sin embargo, con la excusa de
recoger alguna pertenencia, regresó a la casa y la revolvió entera buscando
alguna evidencia de su adopción que ya daba por segura. No encontró nada.
Hizo
una pequeña investigación entre parientes y empleados de la finca, para que le
corroboraran haber visto embarazada a su madre. Ninguno recordaba nada. “Aunque
a tu madre todos la hemos visto poco”; en eso coincidían los testimonios.
Admiraba el amor mutuo que, en esta casa, se
profesaban padre e hijo. Comprobaba con cierta envidia la devoción con la que
el hombre hablaba de “su chico”. Le hubiera gustado vivir allí.
Era algo que le ocurría desde niño.
Cuando tenía que hacer alguna tarea con
compañeros y regresaba ya anochecido, miraba las ventanas iluminadas de otras
casas y veía a las familias poniendo la mesa o sentadas ante el televisor; le
entraban ganas de subir, perderse entre ellos sin que lo vieran y quedarse allí
para siempre. Si pudiera hacerse invisible jamás regresaría a la casa familiar
y se iría a vivir con cualquiera de aquellas personas desconocidas. Eso mismo
sentía ahora; le gustaría permanecer en esta casa.
Estuvo con el anciano casi un año. Fue un
tiempo feliz.
Una tarde, después de comer, su paciente
sufrió otro infarto. Félix lo visitó a diario en el hospital, rezando para que
no muriera. No le tenía cariño. Solamente quería vivir en un hogar dichoso;
estaba a gusto viendo armonía a su alrededor.
Cuando falleció, ya Marta le tenía preparado
otro paciente. El negocio iba viento en popa.
Llegó
puntual, como siempre, al nuevo
trabajo. Era un barrio de gente bien. Tenía la esperanza de que fuera agradable
como el anterior, aunque no esperaba tanto. La casa tenía uno de aquellos
ascensores antiguos de rejilla que le
habían dejado literalmente boquiabierto de niño, la única vez que su padre le
llevó consigo a visitar a un pariente lejano y acomodado. Recordaba como su
progenitor le había dado un fuerte
coscorrón para que cerrara la boca.
__Espero que funcione__ pensó mientras
oprimía el botón del tercero.
Un hombre de unos setenta de aspecto distinguido, con batín de
seda, cara de estreñido y manos blanquísimas de largos dedos, le abrió la
puerta.
__Ya iba siendo hora__ le espetó sin
contestar a su saludo.
__ ¿Dónde está el enfermo?
El hombre sin responderle echó a andar por
el pasillo. Félix le siguió. Llegaron a una habitación amplia iluminada por un
esbelto balcón que se abría a la calle.
Era la avenida principal de la ciudad y el trajín de las primeras horas de la
mañana se colaba en el interior. Aunque
el sol no estaba en su apogeo, hacía un calor excesivo. Notó como a su paciente le costaba respirar.
__ ¿Le gustaría un poco de aire fresco?
El hombre dijo si con la cabeza con alivio,
mientras le miraba con curiosidad y expectación. Cuando Félix se dirigía a
abrir, el otro le cerró el paso.
__¿A dónde cree que va?
__A ventilar un poco, aquí hace demasiado
calor.
__¿Y qué?
__Que a su hermano le cuesta respirar.
__¿Quiere que nos invadan todos los virus de
la ciudad? Deje la casa como está. Limítese a hacer su trabajo sin emitir
juicios de valor. Cuando note que respira mal, póngale el oxigeno.
Félix convino en que era mejor no discutir
según con quien. Era algo que sabía desde niño. Se acercó a su paciente y le
dio aire con el embozo de la sábana.
__ ¿Pero, qué hace?__ volvió a chillar el
otro__ Esta removiendo el aire y agitando todas las bacterias que contiene. ¿Es
que piensa acabar con nosotros?
__No señor, sólo quiero que mi cliente esté
cómodo.
__Lo estará una vez que lo haya aseado y le
dé el desayuno. En el baño dispone de todo lo necesario. El comedor está
doblando el pasillo, a la derecha. ¡Y el oxigeno no es un elemento decorativo!
Félix, como si no hubiera ocurrido
nada, se presentó a su paciente, que no
podía hablar y tras asearle y vestirle, le tomó en brazos con delicadeza, le
sentó en la silla de ruedas y se dirigió con él al comedor. El hombre le miraba
agradecido. Se notaba que no estaba acostumbrado a los buenos tratos.
Después de darle el desayuno, preguntó al
otro cual era la rutina de costumbre.
__Ahora debe darme las pastillas. Necesito
que usted se haga cargo de la medicación que necesito. Soy hipertenso y
alérgico. Este inútil enfermó no tiene la más mínima consideración hacía mi,
que soy el mayor, el heredero del título y el jefe de la familia, y por lo
tanto, soy el único que debe ser atendido como Dios manda.
Félix no daba crédito a lo que acababa de
oír. ¿Por qué las personas tienden a
creerse hijos predilectos de Dios? Había
conocido infinitos casos y no entendía el por qué en absoluto. Miró de soslayo
a su paciente. Parecía no haber oído nada, lo cual era imposible.
__Lo que me pide no está entre mis
obligaciones. Yo he venido para atender al señor. Exclusivamente.
__En esta casa yo soy el señor. En ese cajón
está mi medicación. Cada caja lleva escrita la dosis y la hora.
__Entonces puede servirse usted mismo.
__¡No le tolero impertinencias!. ¡Tráigame
las medicinas!
Félix se volvió para verle la cara. El
marqués se había puesto lívido. Las huesudas manos parecían haberse quedado
pegadas a los brazos de la silla, formando un todo leñoso. La situación era
tensa. Pero, él estaba acostumbrado a este tipo de cosas.
Sin
discutir, abrió el cajón y en efecto allí estaban las medicinas. Cogió las de
la mañana.
__Tiene pastillas también para la noche. Ya
no estaré aquí. ¿Cómo se va a arreglar?__ preguntó mas por curiosidad que por
interés.
__Me las dejará en una bandeja sobre la mesa
de mi escritorio. Ahora puede hacer lo que le parezca con su paciente.
Ya había salido del comedor, pero regresó al
momento, con nuevas instrucciones.
__Al mediodía después de darle la comida a
mi hermano, le acuesta para la siesta y luego come usted en la cocina. Ya lo he
dispuesto con la asistenta. Ah y cuando se vaya, baje la basura. Ya no tenemos
portero. Todo se va degradando.
__Si, señor__ respondió Félix con cierto tono militar, que al aristócrata
no pareció disgustarle.
Por la noche se lo comentó a Marta. Ella
estaba preparando la cena. Iba y venía de un lado a otro de la cocina sin
parar. Marta, cuando cocinaba se movía demasiado. También cuando hacía el amor.
Y hablaba demasiado también.
__No fastidies. ¡ Qué barbaridad! Cuanto
manda.
__Claro, tiene título y es el jefe.
__ ¿Te molesta mucho bajar la basura?
__No. Me molesta la actitud para con su
hermano.
__Bueno, eso allá ellos. Tú haz tu trabajo y
en paz. Nos están pagando muy bien.
2 comentarios:
Lo lei la vez anterior, fijate si soy antiguo, y me encantó ya te lo había dicho entonces, y ahora me sigue encantando. Posiblemente hayas evolucionado y mejorado como autora, pero leyendo de nuevo el texto no se nota mucha diferncia: ya escribias bien entonces.que lo sepas praviana.
Saludos y a ver cuando te dignas hacernos una visita.
Hola Ángel, encantada de saludarte de nuevo. Si, somos antiguos los dos, ja ja. Recuerdo perfectamente que la vez anterior me hiciste una critica muy amable del relato, que yo estimo mucho, porque la opinión del lector "de a pie" es muy instructiva para mi y muy apreciada. Al fin y al cabo es para ese tipo de lector para el que escribimos (por lo menos yo).
Ahora "La granja" se ha encontrado con muchos más lectores, algunos asiduos de siempre como tú, y muchos otros recientes y ha vuelto a tener una gran acogida que yo aprecio y valoro muchísimo y hasta me emociona.
Ahora con la próxima primavera me acercaré un día por ahí. Muchos besinos para todo el mundo.
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